Escrita por: Nadia
En primavera 2017, nos fuimos de roadtrip por Italia, desde Nápoles hasta Venecia. Visitamos Nápoles, Pompeya, Capri, Florencia, Pisa, Roma y Venecia. ¿Quieres conocer lo mejor de cada ciudad y saber dónde nos alojamos, cuál fue nuestra ruta y que te demos consejos útiles y que te descubramos nuestros secretos sobre este país tan lleno de vida e historia? ¡Pues sigue leyendo!
Como es una entrada larga, te diré lo que encontrarás en ella: es un diario de viajes con nuestro itinerario por Italia, las ciudades y lo que visitamos en cada una, pero incluye también información útil como consejos, experiencia personal, trucos, precios de algunas de las cosas que visitamos… También incluye datos históricos y artísticos, que muchas veces los blogs de viajes se olvidan de aportar ese tipo de información, tan importante como cualquier otra cosa. No se puede visitar algo sin saber qué vas a ver, ¿no? Queremos darte una visión completa de lo que vivimos. No nos centramos solo en una cosa, sino que intentamos aportarte un poquito de todo y, sobre todo, experiencia real. Ah, las fotos son todas nuestras.
Primero, voy a contarte cómo planeamos el viaje. Elegimos Italia porque es un país perfecto para un roadtrip: Tiene muchas ciudades interesantes, no están demasiado lejos unas de otras y por el camino hay muchos puntos que merecen un desvío en el camino. Elegimos ir en primavera porque en verano hace demasiado calor y está muy masificado todo, pero bueno, lo del fresquito de la primavera es relativo, ¡porque a nosotros nos pilló una ola de calor y nos derretíamos!
Pero bueno, teniendo claro destino y época, ya solo nos quedaba cerrar la ruta y buscar coche de alquiler. Asturias tiene vuelo directo con Venecia, así que teníamos claro que o bien aterrizábamos ahí o bien nos volvíamos desde allí. Decidimos que fuese nuestro último destino porque nos encajaba mejor el precio sacando el vuelo de vuelta desde ahí que volando ahí como primer destino. Así que ya sabíamos dónde acabaría la ruta, pero… ¿desde dónde la empezábamos?
Teníamos unos 10 días para cubrir y sabíamos que no nos daría tiempo a ver todo el país, así que decidimos trazarnos una ruta que empezase en Nápoles (había un vuelo baratísimo desde Barcelona), siguiese hasta Capri, de ahí a Roma, luego Pisa, luego Florencia y por último, Venecia. Nos habría encantado incluir Milán, pero no nos daba tiempo, así que tendremos que volver… ¿Qué pena, verdad? Y también nos queda pendiente el sur… Tenemos doble excusa.
Bueno, pues ya sabíamos a qué país ir, en qué época, cuántos días, qué ruta hacer… ¿Pero con qué compañía alquilamos el coche? Tras buscar muchas compañías y leer muchas recomendaciones, nos decantamos por AVIS. Las reseñas de AVIS Italia eran bastante buenas y los coches estaban bastante bien de precio, así que reservamos. Tuvimos prudencia de no alquilar para todos los días del viaje, pues solo lo necesitábamos para los trayectos Nápoles-Roma-Pisa-Florencia-Venecia. Para el trayecto Nápoles-Capri-Nápoles iríamos en ferri, así que ahí el coche era innecesario.
Ya lo teníamos todo, solo quedaba esperar a que llegase el gran día. Y llegó. Vamos a ir fragmentando el viaje por ciudades y trayectos para que lo tengáis todo bien organizado:
ASTURIAS-BARCELONA:
Volamos con Vueling en un vuelo que nos costó unos 30 € por persona, así que genial. Estuvimos un día en Barcelona visitando amigos y al día siguiente pusimos rumbo a Nápoles.
Tip para Barcelona: Tómate algo en el bar El Bosc de Les Fades, al ladito del museo de cera. Es impresionante.
NÁPOLES:
Llegamos a Nápoles y pudimos comprobar que la primavera italiana se preveía calurosa. Unos 30 grados y un sol de justicia. Desde el aeropuerto, cogimos un bus que nos llevó a la Plaza Garibaldi, la plaza principal, por así decirlo, y descubrimos un Nápoles muy poco atractivo, sucio, arrabalero…
Nos llamó mucho la atención el metro de la ciudad. Era muy, muy antiguo, pero antiguo en plan mal, descuidado, caótico… Y cuando estábamos en el andén esperando el metro, de repente, de la nada, llegó un tren como sacado de Harry Potter, de estos altos, antiguos y preciosos. Todo de madera, parecía de vapor. Pero no era el nuestro… Dejó gente y se fue vacío. Pero nuestra cara no tuvo precio.
Tras subirnos a nuestro tren y llegar al barrio donde nos alojábamos, el panorama no cambiaba mucho, pero sí se notaba un poco más de tranquilidad y no había tanta suciedad (aunque había bastante).
Esa noche salimos a cenar prontito, sobre las 20:30 y descubrimos lo mejor de Nápoles: LAS PIZZAS. Si pruebas una pizza en Nápoles, compararás con esa el resto de pizzas que te comas en tu vida. No puede describirse, es simplemente increíble.
A la mañana siguiente, pusimos rumbo a Pompeya para pasar el día. Llegamos muy fácilmente en tren desde la estación de la plaza Garibaldi.
Para visitar las ruinas de Pompeya, puedes unirte a una de las visitas guiadas grupales que hacen a lo largo del día o puedes simplemente coger un plano y visitarlo por tu cuenta. Nosotros hicimos esto último, ya que contamos con nociones bastante buenas de Historia y Arte. Además, en el plano te detalla bastante información adicional.
La visita guiada dura unas dos horas y media, así que, en teoría, para ver lo básico te llega. Nosotros estuvimos seis horazas porque lo queríamos ver TODO, TODO, TODO. Dentro del recinto hay restaurantes y cafeterías, precio de turista, claro está. Nosotros comimos unas porciones de pizza sentados a la sombra muy a gusto.
¿Qué te puedes esperar de Pompeya? Pues bien, Pompeya fue uno de los mayores asentamientos del Imperio Romano, por lo que su extensión es bastante amplia. Como te digo, a nosotros nos llevó unas seis horas recorrerla. Las ruinas están bastante bien conservadas, algunos edificios mantienen incluso su fachada principal completa y hay muchas estatuas casi completas.
Destaca su Foro, una explanada inmensa que puede considerarse la Plaza Mayor de la época. También es de obligada visita el Teatro Grande, toda una demostración de la riqueza de la ciudad. Si vas con más gente, podéis probar a colocaros en diferentes puntos del teatro y que una persona se sitúe en el “escenario” y hable. La sonoridad es maravillosa.
Pero sin duda, lo que más impresiona de Pompeya y lo que pone los pelos de punta es visitar los cadáveres fosilizados de unos habitantes que intentaban huir pero que fueron alcanzados por la lava antes de conseguirlo. No se me borrará esa imagen de la cabeza nunca. Es sobrecogedor, pero en serio que no te puedes ir sin verlo. No es desagradable, os dejamos aquí una foto.
Otros tesoros que no te puedes perder son:
- Templos: De Júpiter, de Venus, de Apolo, de los Lares, de Vespasiano, de Isis…
- Lupanar: Lo que vendría a ser el club de alterne romano
- Teatro pequeño: Una versión reducida del Teatro Grande
- Villa de los misterios: Una auténtica casa de lujo
- Termas: Del Foro, Estabianas y Centrales
A tener en cuenta antes de visitar Pompeya: El suelo es empedrado, lleno de irregularidades, huecos y escaleras, no está adaptado para sillas de ruedas o carritos de bebé.
Precio: Unos 15 €
También hay un museo y otras dos excavaciones cerca, pero a nosotros no nos daba tiempo a verlas pues solo nos quedábamos un día.
Bueno, pues después de la pateada de seis horas por Pompeya, cogimos el tren de vuelta a Nápoles, salimos a cenar otra vez unas deliciosas pizzas y volvimos al apartamento (nada ostentoso, por cierto) porque al día siguiente madrugábamos para irnos a Capri.
Balance de Nápoles: La verdad es que como ciudad no nos gustó mucho. Es una ciudad con mucha criminalidad, está muy sucia, los edificios son bastante feuchos… No volveríamos. Bueno, quizás volveríamos de pasada, porque merece la pena solo por las pizzas. Pero vamos, que nada significativo más allá de eso y su proximidad a Pompeya.
CAPRI:
Cogimos el ferri de Nápoles a Capri muy temprano, creo recordar que sobre las 8 de la mañana ya estábamos embarcando. Hacía muy buen tiempo, así que nos sentamos en la cubierta alta para tener buenas vistas. Y la verdad es que fueron insuperables. El recorrido que hace el ferri te deja ver el Vesubio en su máximo esplendor. Fue una maravilla. Además, no tardó mucho, una hora y media o algo así.
Al llegar a Capri, destaca su escarpada naturaleza y sus encantadoras casitas blancas. La verdad es que es de cuento. Además, en primavera está todo florecido y huele a limón, pues en la isla se cultiva mucho esta fruta. ¡Los limones de Capri tienen fama internacional!
El ferri nos dejó en el puerto de Marina Grande, que es el pueblo principal. Como ya dije, la isla es muy escarpada, llena de cuestas, y el pueblo de Marina Grande está totalmente partido en alturas. De hecho, yo creo que podría partirlo en tres alturas principales:
- Mar: Está la zona del puerto, tiendecillas y algunos bares, una pequeña playa y un paseo. Es bonito pero nada más allá de eso.
- Piazzeta: La altura intermedia, donde está la esencia del pueblo, la plaza principal y los restaurantes, tiendas, terracitas y demás. Ahí es donde os interesa estar.
- Villas: Más arriba de eso se encuentran las villas, que vienen a ser chalets mediterráneos preciosos, tranquilos y con unas vistas impresionantes.
Remarco que sería la división del pueblo de Marina Grande, porque más adelante te explicaré más localizaciones y pueblos que visitar.
Pues bien, nos habíamos quedado en que estábamos en el puerto. Para llegar a la Piazzeta hay dos opciones: andando o en teleférico. Nosotros cogimos el teleférico porque llevábamos las maletas y era un jaleo subir con ellas por las empinadas escaleras de un kilómetro de longitud.
Al llegar a la Piazzeta vimos Marina Grande con toda su esencia. Lo que os dije antes, gente, terracitas, puestecitos, bares… Y unas vistas preciosas.
Peeeero nosotros estábamos alojados en una villa, así que había que seguir subiendo. El teleférico solo llega hasta ahí y no hay taxis porque las calles del pueblo son tan estrechos que no caben. Hay una especie de vehículos adaptados diseñados sobre todo para subir los equipajes de los turistas o a gente con movilidad reducida.
Nosotros nos las dimos de valientes y tiramos para arriba con la maleta a cuestas (menos mal que habíamos cogido el teleférico hasta ahí, porque subirlo todo andando habría sido la muerte). Nos costó lo suyo llegar porque ¡madre mía, las cuestas! Si te despistas un poco, caes rodando y llegas a la Piazzeta. Pero mereció la pena, te lo aseguro.
Habíamos planeado pasar tres días de desconexión y relax en Capri, así que elegimos un alojamiento un poco especial para darnos el caprichito. Se trata de la Casa dei Merli, una villa romana PRECIOSA y enorme. Consta de una residencia principal, que es la casa de los anfitriones y dos casitas de invitados en una finca con un jardín enorme. Imagínate, ¡tienen hasta su propio teatro romano! Está en Airbnb. Si reserváis a través de este enlace obtendréis 20 € de descuento.
Además, los anfitriones son un amor y nos trataron genial. Tenían una perrita pastor alemán que se llamaba Wendy y que estaba muy bien educada. Nos encantó disfrutar de su compañía y jugar con ella. Cuando fuimos nosotros, estaban construyendo una piscina, así que ahora seguramente esté ya terminada. Otro punto a favor.
Recomendamos el alojamiento porque fue el más alucinante en el que hayamos estado. Lo podéis encontrar aquí.
Pues una vez instalados, descansamos un poco y nos pusimos a diseñar nuestros tres días. La isla, aunque es pequeñita, tiene mucho que ofrecer y lo bueno es que puedes llegar a todos los sitios caminando si no te importan las cuestas. Nosotros nos movimos siempre a pie y no tuvimos problema. Te cuento lo que visitamos en esos tres días:
Grotta Azzurra
Una maravilla de la naturaleza. Se trata de una cuevecita en el acantilado de la isla por la que se cuelan los rayos del sol y el agua brilla con una luz de neón turquesa impresionante. Para llegar tienes que ir sí o sí con una agencia. Puedes contratar el viaje en el puerto sin problema. Te llevarán en lancha hasta cerca de la gruta. Ahí esperarás tu turno para montarte en una barquita de remos y colarte por la boca de la gruta como de forma mágica. Lo que verás dentro te impactará. Luego, la barquita de remos te llevará de vuelta a tu lancha y esta, al puerto del que saliste.
Marina Piccola:
Un pequeño pueblecito hermano de Marina Grande. Mucho más pequeñito, como su propio nombre indica, pero con mucho encanto también. Merece la pena el paseo.
Jardines de Augusto:
Están cerca de Marina Piccola. Al ir en primavera, las flores estaban rebosantes de colores y su aroma impregnaba el aire. Cuesta 1 € la entrada y merecen la pena. Además, tienen unas vistas espectaculares.
Arco Naturale:
Un precioso arco formado por la erosión del mar y del viento en el acantilado. Es muy curioso y el paisaje acompaña. Si te gusta la naturaleza, no te lo pierdas.
Villa Jovis y Villa Lysis:
Dos villas romanas maravillosas en la isla de Capri. La Villa Jovis fue residencia del emperador romano Tiberio, que se refugió en lo más remoto de la remota isla de Capri por miedo a que lo matasen. La Villa Lysis es más actual, del 1900 aproximadamente y se construyó para un poeta francés. Si debes escoger entre ver una o ver otra, visita Jovis mejor, es más especial.
Anacapri:
Este pueblecito lo tenemos pendiente. Es el más alto de la isla, con diferencia. No fuimos por falta de tiempo, priorizamos conocer lo que comentamos anteriormente, ¡pero nos queda pendiente en la lista!
Pasear:
Cuando vayas de un punto a otro de la isla, verás que hay mil recovecos, callejuelas y miradores impresionantes. Nosotros íbamos sacando fotos a todo.
La verdad es que los tres días pasaron rapidísimo, nos habríamos quedado una semana entera, pero Roma nos esperaba…
Balance de Capri: Nos ha dejado marca en el corazón y en la mente. Fueron tres días alucinantes, muy exóticos e inolvidables. Es una isla preciosa, llena de vida y de cosas interesantes. Si vas, ten en cuenta las cuestas y que no es un sitio barato. Merece la pena, de verdad. Nosotros estamos deseando volver. Eso sí, evita ir en fin de semana, se masifica mucho.
ROMA
Tras coger el ferri Capri-Nápoles, recogimos nuestro coche de alquiler en Nápoles y pusimos rumbo a Roma, no sin antes comprobar lo caótico del tráfico napolitano: atascos, conductores que se saltan semáforos, carriles inexistentes… A todo esto había que sumar que era nuestra primera vez en un coche automático. Pero bueno, conseguimos salir de la ajetreada ciudad y entramos por fin en la autopista con destino Roma.
Las autopistas italianas están bastante bien, así que el viaje transcurrió sin incidentes. Fueron alrededor de dos horas y media.
Llegamos a Roma y el dueño del apartamento que habíamos contratado nos estaba esperando para ayudarnos a buscar un sitio para aparcar. Conseguimos encontrar un parking en zona azul al lado de casa y tuvimos la suerte de que al ser fin de semana… ¡Era gratis!
Tras descansar un poco y comer algo, salimos a darnos una vuelta por la ciudad: Plaza España, la masificada Fontana di Trevi (a la que volveríamos varias veces más para tomarnos un helado), el Panteón, el Puente Sant’Angelo, la Plaza Navona… Y visitamos también, por capricho mío, el Moisés de Miguel Ángel, ubicado en una pequeña iglesia en la Piazza di San Pietro in Vincoli. Para mí, una de las esculturas más destacables de este artista.
Fue un día ajetreado y muy caluroso, acabamos agotados y más nos valía que esa noche durmiésemos bien, pues al día siguiente visitaríamos el Coliseo, el Palatino y el Foro romano y teníamos que estar al 100 %.
Nos despertamos bien temprano y cogimos el metro para llegar al Coliseo. La cola ya era enorme. Creo que estuvimos unas dos horas en total, no me imagino cómo debe de ser en temporada alta.
Las entradas pueden cogerse anticipadamente por Internet con un recargo de 4,5 €. No pensamos que fuese necesario, ya que íbamos en temporada baja, pero de haber sabido la cola que había, ¡lo habríamos hecho! Nos costaron unos 12 € en taquilla, con acceso al Coliseo, al Palatino y al Foro Romano.
Cuando por fin entramos, entendimos que la cola había merecido la pena. Yo ya había estado en Roma varias veces, pero me volvió a impresionar la magnitud del emblema de la Ciudad Eterna.
El Coliseo debe su nombre a una estatua que había en sus inmediaciones, el Coloso de Nerón, cuyos restos no se han podido conservar. El Coliseo es Patrimonio de la Humanidad en la actualidad.
No sé si es necesario que te explique para qué se utilizaba, pues todos conocemos las batallas de gladiadores de la Antigua Roma, ¿verdad? Pero sí que te quiero contar que además de lo que vemos en las pelis, los romanos se montaban BATALLAS NAVALES ahí dentro. Inundaban la arena, metían los barcos ¡y a pelear! Si no has estado, esto te da una idea de las dimensiones del edificio.
Cuando el Imperio Romano cayó y llegó la Edad Media, se utilizó como refugio, fábrica, cantera, sede de una orden religiosa y santuario cristiano, ahí es nada. Por suerte, la conciencia pública hizo que el edificio fuese conservado y llegase en bastante buen estado a nuestros días.
Tras visitar cada recoveco del Coliseo, lo cual nos llevó sobre dos horas, fuimos a comer algo rápido para visitar el Palatino y el Foro Romano, ubicados justo al lado del Coliseo. La entrada es la misma que para el Coliseo, como te decía.
Al visitar esta zona, tu mente empieza automáticamente a reconstruir las ruinas y los edificios, de repente, empiezan a alzarse ante tu mirada, dándote la visión de la ciudad hace 2000 años, una ciudad vibrante, colosal, majestuosa e imperial.
Las ruinas se conservan espectacularmente bien, de ahí que te puedas imaginar cómo sería el paisaje hace siglos. El recinto es enorme, se tardan otras tres horitas en verlo todo y merece la pena cada cuesta y cada escalera. Es una visita obligada si estás en Roma.
Acabamos nuestra visita a la Antigua Roma sobre las siete de la tarde y nos merecíamos un helado tras haber caminado todo el bajo un sol abrasador a unos 30 grados. En las callejuelitas alrededor de la Fontana di Trevi hay unas heladerías espectaculares y no te puedes resistir, así que nos dimos al vicio como buenos romanos y nos pedimos unos helados. Cenamos algo (poco, porque los helados eran enormes) y volvimos al apartamento a descansar, pues al día siguiente nos esperaba el Vaticano.
De nuevo, nos levantamos prontito, desayunamos y caminamos hasta llegar al Museo Vaticano. Como era el primer domingo del mes, ¡era gratis! Muy guay, ¿pero el problema? LA COLAZA. No he visto una cola así en mi vida. Sin exagerar, serían unos tres kilómetros de cola. Y avanzaba muy, muy lento. Fue un poco agobiante, la verdad, sobre todo, porque el sol apretaba mucho. Tras unas tres horas y media aproximadamente, por fin conseguimos entrar.
Dentro, la cosa no mejora mucho. Literalmente, no puedes pararte. El recorrido del museo está pensado tipo Ikea. No es como en la mayoría de museos, que puedes ir libremente, sino que tienes un recorrido marcado y no puedes salirte ni dar la vuelta ni nada. Así que la muchedumbre avanzaba en grupo sin detenerse casi ni para hacer una foto. No pudimos disfrutar apenas de las pinturas y las esculturas, pero sí de la Capilla Sixtina, que es lo más importante del museo. Por suerte, no estaba tan masificada porque van controlando el acceso, pero los guardias son MUY pesados y no dejan de gritar “¡Silence! ¡No photo!”. Es un poco irónico que griten y que a la vez pidan silencio, porque molestan más ellos que otra cosa, pero bueno.
En cualquier caso, si quitas el flash (y el sonido de la cámara, para que no te grite en la cara un guardia) puedes sacar fotos perfectamente. Lo único que podría afectar a las pinturas es el flash de las cámaras y móviles, si lo quitas, no hay peligro. Supongo que directamente dicen “No photo” para que no haya riesgo, pero vamos, que no molesta para nada a los angelotes del techo que te lleves un recuerdo SIN flash del momento. De todas formas, hazlo disimuladamente porque a los que molesta es a los guardias…
Después de quedarnos un ratito contemplando una de las mayores obras de arte de la Humanidad, seguimos el asfixiante recorrido, descansamos un poco los pies en los jardines, comimos algo rápido y salimos hacia la Basílica de San Pedro, que, de nuevo, SIEMPRE tiene cola.
Al llegar, descubrimos que los accesos a la plaza estaban cerrados porque el Papa estaba dando una bendición. Desde fuera, nos asomamos un poquito y pudimos verlo bien cerquita, así que supongo que ahora… ¿estamos benditos?
El caso es que no nos dejaban entrar a la plaza hasta que se hubiese vaciado por completo de la gente que había ido a ver al Papa. Pensamos que tardaría muchísimo, porque estaba la plaza abarrotada, pero fue bastante rápido, unos 15 minutos. Y tuvimos una suerte increíble, pues al haberse vaciado del todo, ¡no había cola para entrar a la Basílica! ¡Nos ahorramos otras dos horas de cola al sol aproximadamente! Fue genial poder pasar sin gente y sin cola.
Te voy a dar unos consejos para que no te nieguen el acceso, sobre todo, si eres mujer. Tenemos que llevar los hombros y las rodillas cubiertos y nada de enseñar tripa. Hay que vestir decorosamente, por así decirlo. Algo complicado a unos 30 grados, la verdad. Yo llevaba unas mallas por debajo de la rodilla y una camiseta de manga corta. Siempre hay gente vendiendo pañuelos (horribles) a precios desorbitados cerca de la cola por si alguien no va vestido adecuadamente y se tiene que tapar con los pañuelos.
Dentro de la Basílica podrás ver, sobre todo, tumbas de los antiguos Papas. Impresiona especialmente ver los cuerpos momificados de algunos, como de Juan Pablo II, conservado extraordinariamente bien. También puedes subir a la cúpula de la Basílica, pero creo recordar que el acceso era de pago. Y la joya de la corona: la Pietà de Miguel Ángel. Impresiona el detalle de su tallado, esculpida casi como si fuese una fotografía. Preciosa.
Cuando acabamos la visita, sobre las seis de la tarde, volvimos al apartamento para descansar un rato y arreglarnos, pues esa noche saldríamos a cenar con unos amigos que viven en Roma.
Al día siguiente, tras pasar tres días maravillosos en Roma, cogimos de nuevo nuestro coche de alquiler y pusimos rumbo a la Toscana.
Balance de Roma: La Ciudad Eterna nunca defrauda. Da igual cuántas veces hayas estado, siempre te queda algo por ver. La historia recorre sus calles y se desprende de cada edificio. Si pasas solo tres días allí, lo indispensable es lo que hemos comentado. Verlo todo te llevaría mínimo una semana completa.
FLORENCIA:
Conducir por la Toscana es una experiencia maravillosa. Todos esos viñedos, el sol, los paisajes, los olivos… Es casi como estar en una película. Además, el alojamiento que habíamos elegido para esos días era espectacular. Se trataba de la Fattoria Il Milione, una finca a cinco minutos de Florencia con casas rurales, piscina y hectáreas y hectáreas de terreno. ¡Producen su propio aceite de oliva y su propio vino! Nuestra casita rural era preciosa, de dos plantas y de estilo rústico. Está en Airbnb. Si reserváis a través de este enlace obtendréis 20 € de descuento.
Como llegamos antes del mediodía, salimos con el coche rumbo a Pisa para comer allí (nos llevábamos unos bocadillos) y pasar la tarde viendo la famosa torre. Queda a poco más de una hora de Florencia, así que es perfectamente factible. Cuando llegamos, aparcamos en un parking muy cerca de la torre y nos acercamos hasta los jardines para contemplarla. Por supuesto, la foto de rigor haciendo el tonto que no falte.
En teoría, no se puede pisar el césped de los jardines pero con el día que hacía, estábamos todos tirados en el césped disfrutando de las vistas o consiguiendo encajar la perspectiva para tirar abajo la torre. Si la policía no está rondando, la gente hace sus picnics en el césped pero si aparece la poli, todos salen pitando.
Se puede entrar a la torre y subir, pero no lo hicimos porque lo espectacular es verla por fuera. Dimos un paseo por la zona y volvimos al coche al final de la tarde para regresar a nuestra casita. Como todavía hacía sol sobre las ocho de la tarde, hora a la que llegamos, nos dimos un bañito en la piscina. Cenamos en casa (habíamos comprado para cocinar) y nos acostamos prontito para madrugar al día siguiente.
A la mañana siguiente, fuimos a ver Florencia, que es una de las ciudades más bonitas que hay en Italia. Su arquitectura, su arte, sus calles… Todo es muy de estilo renacentista y muy diferente de Roma, por ejemplo. Es un viaje al Renacimiento. Eso sí, hay colas para visitar cada edificio y cada galería de arte.
Tip: Para entrar a los edificios religiosos, también debes vestir decorosamente, como en el Vaticano.
Lo primero que visitamos, obviamente, es la visita obligada: el Duomo, es decir, la catedral Santa María del Fiore, construida por Brunelleschi en el siglo XIV, y los edificios colindantes. Destaca la gran cúpula de la catedral, a la que se puede acceder para contemplar unas vistas maravillosas de la ciudad. Eso sí, son cerca de 300 escalones irregulares, pero merece la pena.
Muy cerca, en un edificio independiente, se encuentra el campanario. Es muy habitual en los edificios renacentistas que el campanario se ubique separado de la catedral. En Pisa ocurre lo mismo, por ejemplo.
Tras visitar el campanario, como ya era mediodía (entre visitas y colas el tiempo vuela), comimos unos bocadillos de mortadela que llevábamos de casa y repusimos fuerzas para seguir con la visita.
Otro de los edificios que no te puedes perder en el Duomo es el baptisterio, que, como su propio nombre indica, era la zona que servía para celebrar los bautismos. En él se ubicaban las famosas Puertas del Paraíso que esculpió Ghiberti. Sin embargo, las que hay ahora en el baptisterio son una réplica, las verdaderas están en el Museo dell’Opera del Duomo, situado también en la plaza. Merece la pena la vista solo por esas puertas. En el museo también encontrarás la Piedad Florentina, de Miguel Ángel.
Tras visitar el baptisterio y el museo, llegamos al final del día, así que volvimos a nuestra casita sobre las siete de la tarde para descansar y reponer fuerzas porque todavía nos quedaba un día en Florencia y muchas cosas por ver…
A la mañana siguiente, volvimos a recorrer las calles de Florencia. Esta vez, para hacer dos visitas imprescindibles: La Galería de los Uffizi y la Galería de la Academia. De nuevo, tocaba hacer cola para cada una de ellas.
En la Galería de los Uffizi encontrarás el legado de los Médici, grandes mecenas de arte del Renacimiento. Entre las obras más importantes del museo están el Nacimiento de Venus de Botticelli o la Virgen del jilguero de Rafael.
En la Galería de la Academia hay una joya en la que todo el mundo piensa cuando se habla de escultura: el famosísimo David de Miguel Ángel. Es impresionante y mucho más grande de lo que te puedas imaginar. Recientemente, le han puesto un cristal alrededor para protegerlo pero cuando fuimos nosotros, no había cristal. Hacerte una foto sin gente es misión imposible.
Otra cosa genial que hacer en Florencia es visitar sus puentes, entre los que destaca el Ponte Vecchio. Y de las plazas, la más importante, aparte de la del Duomo, es la de la República. También merece una visita el Palacio Vecchio, es decir, el ayuntamiento, con su gran campanario.
Hay muchos más museos y basílicas el Florencia, imagínate, es la cuna del Renacimiento, pero estos que hemos visitado son los indispensables. Te llevará aproximadamente dos días completos. Para verlo absolutamente todo, necesitarías cerca de una semana solo para Florencia.
Tras tres días agotadores pero fascinantes, volvemos a la casita para pasar nuestra última noche en la Toscana y poner rumbo a Venecia.
Balance de Florencia: Una de mis ciudades preferidas de Italia, junto con Roma. Es una joya conservada casi intacta desde el Renacimiento. Si Roma es Historia, Florencia es Arte. Una maravilla que merece ser visitada y revisitada.
VENECIA:
Salimos tempranito para poder llegar al medio día a Venecia y el viaje transcurrió sin problemas. Al llegar a Venecia, lo primero que hicimos fue dejar el coche de alquiler en la oficina, ya que era nuestra última parada y no íbamos a necesitar el coche más tiempo.
Luego, cogimos el vaporetto (el bus acuático de Venecia) para llegar a nuestro alojamiento. En este caso, nos alojábamos en un velero precioso en el club náutico de la Marina Santelena, ubicado en la punta de la isla de Venecia que confronta con la isla de Lido. Teníamos todo el velero para nosotros, por cierto.
Alojarse en un velero es muy especial, pero hay que tener en cuenta una serie de factores: si te mareas en barco, no es tu alojamiento ideal, te estarás meciendo siempre. Si es pequeñito, seguramente no tenga baños y tendrás que utilizar los baños de la Marina, aunque nos hemos alojado en veleros más grandes que sí tenían baños. Por la noche, escucharás el sonido de los cabos chocar contra el barco. A nosotros no nos molesta y dormimos como troncos, pero hay gente a la que le pone nervioso.
Ahora los puntos positivos: es una experiencia preciosa y el ambiente en la Marina siempre es muy familiar. Hay más gente alojada en sus barcos, familias de otros países que viajan por el mundo de puerto en puerto, niños que se crían como lobos de mar… Además, despertarse, salir a cubierta y oler el salitre del mar es precioso. También lo es sentarse a leer en cubierta al atardecer o cenar sushi en la proa con una botella de champagne.
Volvamos al viaje. Llegamos, comimos algo en el barco (hay cocina, nevera, etc.) y dimos un paseo hasta llegar a la Piazza San Marco, el centro neurálgico de Venecia. El paseo, bordeando la costa y de unos 20 minutos aproximadamente, transcurría entre parques tiendecitas, restaurantes y puentes, así que se hacía ameno y bonito de ver.
Nos sentamos a tomarnos un helado en la Piazza San Marco, disfrutando de música en directo, de las vistas y de las palomas correteando y volando por la plaza. Esa tarde nos la habíamos dejado de relax, así que después de disfrutar de nuestro helado, paseamos por las calles escondidas de Venecia y admiramos sus canales. En este caso, no nos interesaba visitar por dentro los edificios de la Piazza San Marco, pues no hay nada que nos llamase demasiado la atención.
Tras pasar una tarde de lo más bucólica, volvimos paseando al velero, cenamos a la luz de las estrellas y nos dejamos mecer por las olas hasta quedarnos dormidos.
La mañana siguiente, cogimos el vaporetto rumbo a Burano (no confundir con Murano, la isla famosa por el cristal). Es una de las islas cercanas a Venecia y merece mucho la visita. Se trata de una pequeña isla con canales cuyo principal encanto es que las casas están todas pintadas de colores. Es una pequeña Venecia de cuento. Sinceramente, es mucho más bonita que Venecia, aunque infinitamente más pequeña. Venecia es cierto que está sucia, huele un poco a huevo podrido y las casas y edificios no están muy bien conservados. Burano es todo lo contrario, invita a quedarte embobado mirando los colores de sus casitas, todas perfectamente cuidadas.
Volvimos a Venecia sobre las seis de la tarde y fuimos directos a visitar el Puente de Rialto, el más famoso de la ciudad, que cruza el Gran Canal. Data del siglo XVI y es uno de los emblemas de la ciudad. Seguimos paseando por las calles de Venecia, nos volvimos a quedar admirando la Piazza San Marco y volvimos paseando a nuestro velero, porque esa noche nos tocaba ir al aeropuerto sobre las tres de la madrugada…
La verdad es que tuvimos una experiencia horrible yendo desde Venecia al aeropuerto, una de esas que recordarás toda la vida por el miedo que pasamos… Estamos pensando hacer una entrada recopilatoria de anécdotas de nuestros viajes, así que creo que os la contaremos ahí mejor. De momento, quedaos con que lo pasamos bastante mal…
Balance de Venecia: Venecia merece una visita, pero no diría que es la ciudad más bonita de Italia ni de lejos… Está sucia, huele raro, los edificios no están bien cuidados. ¿Es exótica? Sí, pero tampoco para tirar cohetes. Me quedo con ganas de visitarla en sus carnavales, eso sí…
Cuando por fin llegamos al aeropuerto, nuestro viaje terminaba. Llegaríamos en un vuelo directo desde Venecia hasta Asturias tras pasar casi dos semanas recorriendo la mitad norte de Italia. Nos quedó la espinita de Milán y Verona, pero eso se arregla fácil. También nos falta visitar la mitad sur del país y la tenemos anotada en nuestra lista.
Balance general de Italia: Es un país que merece la pena recorrer por sus ciudades, su gente y su gastronomía. Es Arte, es Historia… Guarda muchos de los mayores tesoros de la Humanidad y es una suerte que hayan llegado hasta nuestros días tan bien conservados. Creo que todo el mundo debería visitar Italia, sobre todo, Roma y Florencia, al menos una vez en su vida.
Ti amiamo, bella Italia!