Escrita por: Rodri (en negro) y Nadia (en azul).
Tardamos días (o puede que semanas) en hacernos a la idea de lo que nos esperaba ya antes de afrontar el trekking del Campo Base del Everest. El primer reto era aterrizar en el aeropuerto de Lukla, considerado como el más peligroso del mundo. Una pequeña pista de aterrizaje solo apta para pequeños aviones o helicópteros y, al final, un muro o un abismo, dependiendo de si llegas o te vas. Teníamos noticias de un accidente mortal en ese mismo aeropuerto unas semanas antes de nuestro viaje… digamos que no ayudó mucho a calmar los nervios
Por si fuera poco nuestro vuelo era muy temprano y el aeropuerto de Katmandú estaba cerrado por reformas. Cerraba toda la noche y no abría hasta las 08:00, así que nos tocaba madrugar para que nos trasladaran al aeropuerto más cercano a ¡5 horas en coche! Estábamos preparándonos para ir a la cama cuando recibimos un mensaje enigmático: “Salimos de Katmandú, volamos en helicóptero”. ¿QUÉ? ¿Era bueno? ¿Era malo? ¿Lo habíamos entendido bien? ¿Se había expresado bien el nepalí que nos había escrito el mensaje? Demasiadas preguntas, pero había que dormir. Empieza nuestra aventura, ¿nos acompañas?
DÍA 1: LUKLA – PHAKDING
De alguna manera, aún no sabemos cómo, los astros se alinearon y acabamos saliendo de Katmandú a las 11 de la mañana. Al parecer un helicóptero de la compañía tenía que ir a rescatar a unos miembros de otra expedición y decidieron que podían aprovechar el viaje para llevarnos a nosotros. No nos lo podíamos creer, nuestro primer viaje en helicóptero iba a ser en un sitio inmejorable. Atravesar la cordillera del Himalaya viendo absolutamente TODO a nuestro alrededor fue algo totalmente mágico. Nadia puedo disfrutarlo aún más, ya que ¡le tocó hacer de copiloto!
La experiencia de volar como copiloto por el Himalaya quedará grabada en mi mente para siempre. Por los cascos, escuchaba las conversaciones del piloto con todas las torres de control, con su equipo y con otros pilotos. Parecía un videojuego. Pero obviamente, no podía quitar la mirada del paisaje. Ver el Himalaya a vista de pájaro, casi rozar las cumbres, porque pasábamos a escasos metros de ellas, ver cómo esos gigantes se iban abriendo paso entre la niebla… No hay palabras que puedan describir la sensación que tuve. Fue algo mágico.
Aterrizamos en una explanada en Lukla, levantando una inmensa nube de polvo. Al final ni siquiera pisamos el famoso aeropuerto del que tanto habíamos oído hablar. No tardaron en aparecer por allí nuestros porteadores. Dos chavales que no tendrían más de 18 o 20 años y más bien delgados que cargaron nuestras mochilas como si estuvieran vacías. Nos llevaron a comer algo y no tardamos en iniciar la marcha.
La zona baja del Himalaya nos recordó mucho a lo que estamos acostumbrados a ver en Asturias, aunque a gran escala. Mucha vegetación, ríos y mucho verde en general. Incluso tuvimos toda la lluvia que quisimos durante la caminata, pero eso no iba a frenar nuestras ganas de llegar a nuestro destino.
No tengo constancia de la cantidad de puentes colgantes que atravesamos ya ese primer día, pero al final conseguimos llegar a nuestra tea house en Phakding. Empapados, sí, pero felices.
Fue una etapa muy sencillita, para tomar contacto. Solo tres horitas bastante sencillas con mucho verde y mucha lluvia. Al respirar, notabas el aire puro entrar en tus pulmones, lleno de oxígeno y con olor a humedad y a las esencias de la vegetación autóctona. Estábamos llenos de fuerza y de ganas y cada paso que dábamos lo hacíamos con ilusión.
DÍA 2: PHAKDING – NAMCHE BAZAAR
Nuestra primera noche en la montaña nepalí fue mejor de lo esperado y la luz del día nos recibió con una buena noticia: había parado de llover.
Teníamos muchas ganas de que llegara este momento. Habíamos visto tantas veces (quizás demasiadas) Namche Bazaar en todo tipo de documentales que estábamos deseando pisarlo. A partir de ahí empezaba realmente la aventura.
La parte mala es el ascenso hasta los 3400 metros para alcanzar el final de la etapa. Despacio pero sin pausa fuimos avanzando y cruzando los interminables puentes colgantes hasta que por fin entramos en el Sagarmatha National Park. Para aclararlo, Sagarmatha es el nombre que los nepalíes le dan al monte Everest.
Las continuas subidas y bajadas se fueron sucediendo a lo largo del día mientras comenzábamos a mezclarnos con la gente local y conociendo sus costumbres. Impresiona bastante, al menos en estos primeros días, ver la capacidad que tienen como porteadores. Algunos son capaces de transportar más de 100 kilos de peso y otros, supongo que los afortunados, tienen burros o yaks que utilizan exclusivamente para el transporte de todo tipo de mercancía. Y todo es todo, desde comida hasta bombonas de gas butano.
Cuanto más te acercas a Namche, el propio Himalaya se asegura de que sepas a donde te diriges. Las subidas se hacían interminables; unas en vertical y otras zigzageando por la montaña. Creo que no miento si digo que es la primera prueba real para tus piernas.
A ciertas personas puede resultarles duro llegar a Namche, pero la verdad es que merece la pena. Una vez allí puedes tener todas las comodidades, entendiendo esto en el contexto de que estás en mitad de la montaña. Pero sí que podríamos decir que Namche Bazaar es la última “ciudad” que vas a encontrar en muchos días. Todo el mundo que nos cruzamos nos recomendó lo mismo: si necesitas algo, cómpralo aquí.
En este caso, la etapa duró unas 6 horas para mí y 5 horas y media para Rodri. Las tres primeras horas fueron genial, pero para llegar hasta Namche, cosa que Rodri no os ha contado, hay dos horas de subida empinada sin descanso. Cuando digo sin descanso es que en esas dos horas no hay ni si quiera 100 metros llanos y ni una bajada, por supuesto. Son dos horas íntegras de subida con suelo irregular. Nosotros aún no nos habíamos comprado bastones, pues los íbamos a adquirir en Namche. Error. Llevadlos desde Lukla o Katmandú, la subida a Namche es mortal sin ellos. A la falta de palos se sumó una indigestión y a la indigestión se sumó mi bronquispasmo (una enfermedad respiratoria leve que puede agravarse con la altura, pues te impide coger aire normalmente y el oxígeno no llega a tu cerebro). Con lo cual, fui extremadamente jodida en estas dos horas, que se convirtieron en dos y media. Rodri tiró más rápido y yo subí poquito a poco con el guía, al que freía a preguntas cada 20 metros: “¿Falta mucho? ¿Pero llegaré antes de las 15:00? “Esto no allana?” ¿Falta mucho? Oye, ¿cuánto falta? Me dijiste que faltaban 20 minutos hace 40 minutos…”
Nunca me alegré tanto de ver casas. Recuerdo que las vi a lo lejos y ya mi cuerpo dijo: p’alante. Al llegar, toda la tensión y el cansancio se hicieron presa de mi cuerpo y no quería más que dormir. Pero cené como una campeona (es importante no dejar de comer e hidratarse) y luego ya pude disfrutar de un sueño reparador.
Nuestro alojamiento el “Hill Ten” (ojo al juego de palabras) estaba casi completo y había muy buen ambiente en la sala común. Todo el mundo hablaba, contaba sus anécdotas y los que bajaban aconsejaban a los que subíamos de qué nos iba a hacer falta y qué nos íbamos a encontrar.
DÍA 3: NAMCHE BAZAAR
Hoy tocaba un poco de relax, aunque fuese relativo. Namche no está a mucha altura comparado con lo que nos espera pero sí que es verdad que nunca se sabe cómo puede reaccionar cada cuerpo, así que nos enfrentábamos a nuestro primer día de aclimatación.
Aclimatación significa básicamente pasar un día en el mismo sitio para que tu cuerpo se acostumbre a esa altura. Hicimos un trekking corto (unas 3 horas) por los alrededores de Namche y POR FIN pudimos apreciar el tamaño de las montañas de la zona. Parece mentira pero, hasta ahora, no habíamos tenido la oportunidad porque el camino siempre estaba rodeado de vegetación y veíamos otro tipo de paisaje.
También aprovechamos para entrar en el museo. La verdad es que no vas a descubrir nada que no supieras si estás mínimamente interesado en el Himalaya y todo lo que le rodea, pero alguna cosa puede resultar curiosa.
Yo estaba perfectamente aclimatada a la altura, no sentía dolor de cabeza ni me costaba respirar, pero estaba agotada después del duro día que habíamos pasado, así que me salté la aclimatación y me quedé durmiendo hasta las 10:30. Luego, me vinieron a buscar para comer, sí, para comer. A las 11:00.
Después de comer, nuestro guía, Bhim, nos preguntó si queríamos ir a un bar donde suelen poner proyecciones de documentales o películas relacionadas con la zona. No teníamos nada que hacer, así que acabamos en el Liquid Bar rodeados de otra gente que iba a hacer lo mismo que nosotros o alguna ruta alternativa. La verdad es que estuvimos muy a gusto, pero me gustaría destacar que “cobran” por la proyección. No es mucho, algo simbólico, pero si tomas algo solo pagas la consumición. Merece la pena aunque solo sea por pasar un rato rodeado de gente, con buen ambiente y entrando un poco en calor.
No hubo tiempo para mucho más. Visitamos la stupa, vimos el atardecer tras las montañas y a descansar.
DÍA 4: NAMCHE BAZAAR – TENGBOCHETeníamos ganas de que llegara este día. Según Bhim, si el tiempo acompañaba a lo largo de la mañana veríamos por primera vez el Everest y no podíamos dejar de sonreír viendo el cielo despejado y el sol alumbrando el camino.
Salir de Namche es un pequeño paseo. El camino se mantiene llano durante bastante tiempo, el suficiente para alcanzar a ver el Everest y el Lhotse en la distancia.
Nos quedamos impresionados al ver los picos. Estaban tan cerca y a la vez tan lejos… Y tu cabeza ya se lo toma de otro modo, estás más animado, recuerdas tu objetivo… Y te sientes privilegiado al poder contemplar el Everest y el Lhotse con tus propios ojos. Una foto aquí, otra 20 metros más adelante… Es inevitable.
La vista es impresionante y tuvimos la suerte de poder verlos durante bastante tiempo hasta que… COMIENZA LA BAJADA. Tu cerebro tarda en entenderlo. Si salimos de un punto A a 3400 metros y tenemos que llegar a un punto B a unos 3800, ¿por qué bajamos? Cuando llevas un buen rato en esa dinámica ya te acostumbras pero no puedes dejar de pensar que en algún momento tendrás que volver a subir todo eso.
Y, efectivamente, como buenos visionarios, ese momento acabó llegando. Después de bajar por una pista de tierra polvorienta llegas al cauce del río, donde aprovechamos para comer y descansar un rato. Nos quedaban por delante las horas más exigentes del día, todo hacia arriba hasta llegar a Tengboche.
Personalmente, podría decir que ese día fue cuando empecé a darme cuenta de que, además del físico, un aspecto muy importante de este tipo de viaje es el psicológico. Si tu cabeza funciona tu cuerpo normalmente responde pero si no… no hay nada que hacer.
Llegamos a Tengboche algo antes de media tarde. Como todos los sitios que hemos ido cruzando hasta ahora, se trata de una aldea no especialmente grande, pero tiene una gran peculiaridad: el monasterio budista más grande de todo el Khumbu.
Tuvimos la gran suerte de que, poco después de nuestra llegada, los monjes del monasterio iban a hacer una puja que, para entendernos, es lo que aquí vendría a ser una oración. No exactamente lo mismo, ya que se utiliza de muchas maneras. Se muestra la devoción, se canta, se pueden realizar ofrendas o pedir cosas. Por ejemplo, los sherpas que suelen realizar una puja para pedirle permiso y protección a la montaña antes de empezar a subirla.
La verdad es que fue una experiencia única en nuestras vidas y creo que siempre la guardaré conmigo, tanto por el momento como por el lugar y lo inesperado.
DÍA 5: TENGBOCHE – DINGBOCHE
No sé si por la altura o por acumulación de cansancio, pero tengo escasos recuerdos de este día. Nos enfrentábamos a más de 600 metros de desnivel hasta llegar a Dingboche, donde Bhim nos había comentado que tendríamos otro día de aclimatación.
Un pequeño tramo llano y de bajadas al salir de Tengboche y luego un largo ascenso hasta alcanzar nuestro destino. Pasamos por Pangboche e hicimos una pequeña parada para beber agua y descansar un poco. La casualidad quiso que coincidiéramos con un grupo que nos había adelantado poco antes de entrar al pueblo.
No nos imaginábamos ni por asomo que nos íbamos a encontrar con un chico que ¡¡también era de Gijón!! Al final va a ser verdad que el mundo es un pañuelo. Hablando con él nos contó que estaba haciendo el mismo trekking que nosotros pero con una diferencia bastante grande. Él iba al campo base por un motivo, ¡para correr la maratón del Everest!
Se celebra cada año para conmemorar el primer ascenso a la cumbre del Everest, conseguido por Tenzing Norgay Sherpa y Edmund Hillary en 1953. Viene gente de todas partes del mundo aunque siempre termina ganando un nepalí por aquello de estar ya más que acostumbrados a la altura. El recorrido aunque a nosotros nos pareciese increíble, lleva desde el mismo campo base hasta Namche Bazaar.
Nos despedimos de él deseándole suerte y proseguimos la marcha. Paramos a comer un poco más adelante, en Shomare, y tras unas cuantas horas de ascenso por fin llegamos a la stupa de Dingboche. Sólo tienes que subir hasta ella, rodearla, y el pueblo entero está a tus pies.
No recuerdo que este día fuese especialmente duro: subidas, bajadas, subidas, bajadas… Pero poco más. El cansancio empezaba a notarse y el paisaje empezaba a cambiar. Ya quedaba poco de aquel verde intenso de los primeros días…
DÍA 6: DINGBOCHE
Pasamos la noche en un sitio en el que estuvimos bastante bien, el Hotel Goodluck. Digo bastante bien porque llegados a este punto ya va siendo hora de que la gente sepa la verdad en cuanto a higiene en el Himalaya. Para no herir a nadie, diremos que los baños “son lo que son”, y las duchas casi, casi carecen de sentido. La mayoría de la gente se limpia con un poco de agua y toallitas. Sí que he de decir que quizás los baños del Goodluck son los más dignos que nos hemos encontrado en el camino.
El día de aclimatación en Dingboche es posiblemente uno de los días con las mejores vistas de todo el viaje. También es verdad que en este caso no puedo ser objetivo, y me voy a explicar. La aclimatación en este caso consiste en una caminata hasta lo alto de una montaña que hay justo al lado del pueblo desde donde se ve TODO. Ya en la subida alcanzas a ver el Lhotse, e incluso el Makalu y el Cho Oyu por primera vez, pero lo que a mí me ha robado el corazón es el Ama Dablam.
Estoy convencido de que es una de las montañas más bonitas del mundo y, para mí, la que más me ha sorprendido y gustado (con diferencia) de todo lo que he visto de Nepal. Es impresionante como esta montaña tan “pequeñita” de 6800 metros acapara todas las miradas pese a estar rodeada de los mayores gigantes del planeta.
Si por lo que sea no te sientes capacitado para llegar al final del trekking de aclimatación, puedes subir aunque sea hasta la mitad y ya a esa altura tendrás unas vistas preciosas del Ama Dablam. Merece mucho la pena.
De nuevo, yo estaba perfectamente aclimatada, no me dolía la cabeza ni me costaba respirar, así que me volví a saltar la aclimatación porque mi cuerpo me rogaba una tregua y, total, las vistas del Ama Dablam y el Makalu nos acompañarían los días siguientes, así que preferí escuchar a mi cuerpo porque priorizaba poder llegar al objetivo final. Y no me arrepiento. Si no hubiese podido descansar, dudo que hubiese llegado al final.
El día acabó en el French Bakery Cafe. Ya le habíamos echado un ojo a la llegada el día anterior porque es imposible que no te sorprenda encontrar algo así en un sitio tan remoto. Después de varios días caminando nuestro cuerpo nos pedía algo de dulce así que pasamos allí el resto de la tarde calentitos y con un brownie encima de la mesa.
DÍA 7: DINGBOCHE – LOBUCHE
Dejamos el Goodluck siendo conscientes de que esta noche dormiríamos por primera vez casi en la barrera de los 5000 metros y que, al día siguiente, nos esperaba el campo base del Everest. Viéndolo tan cerca todo la verdad es que salimos con muchas ganas y dispuestos a comernos el mundo. Salimos de Dingboche atravesando un largo valle. Reconozco que no pude dejar de mirar atrás, viendo el Ama Dablam a cada paso que dábamos.
Resulta curioso ver cómo cambia el paisaje ante tus ojos sin que te des cuenta. A partir de 4000 metros casi no crece vegetación alguna y, por supuesto, no hay ni un solo árbol. Lo que hace unos días era una frondosa vegetación que nos recordaba a Asturias ahora es solo tierra plana y piedras. No hay oxígeno suficiente para que se dé la vida como a altitudes menores.
Lo más destacable de este día diría que transcurre en torno al río. Un río con el agua proveniente del glaciar del Khumbu y que, por supuesto, había que cruzar. ¿Problema? Ninguno si no fuera porque el terremoto que tuvo lugar en Nepal en 2015 entre otros muchos destrozos se llevó por delante el único puente.Pese a que el cauce quedó plagado de piedras de todos los tamaños imaginables había zonas por las que era imposible cruzar. Había que dar un rodeo hasta llegar a un pequeño puente improvisado, suponemos que por la gente del pequeño asentamiento que había al otro lado. El camino se convierte en un pequeño laberinto de piedras que a mí particularmente se me hizo llevadero ya que te saca un poco de lo que venía siendo la rutina del camino de los últimos días.
El problema viene después, cuando ves una subida dura que se te llega a hacer interminable pero que al final hace que valga la pena. Al llegar arriba estás en el Memorial del Monte Everest, un lugar que sirve de homenaje a todas las personas, escaladores y sherpas, que han muerto en la montaña. Te hace pensar en la locura que es realmente todo lo que esta gente hacía y hace para llegar a las cimas más altas del mundo. Al lado de eso, todo el camino que llevamos hecho y el cansancio acumulado no son nada. Es un buen lugar para descansar, pensar y coger fuerzas de nuevo para por fin llegar a Lobuche.
La subida al Memorial es una locura: Hora y media de subida empinadísima y dura. Lo peor es que, en este caso, ves la subida entera desde abajo. Es decir, sabes perfectamente cuánto te queda y ver a las personitas superlejos cuando empiezas a subir no anima nada. Nos costó bastante a todos, ya que el cansancio acumulado era tremendo, pero yo, como siempre, iba mucho más lento y con la cabeza en paz, porque si me llego a alterar mínimamente, no subo. El desgaste mental era más peligroso que el desgaste físico y si tu mente te juega una mala pasada, estás acabado. Eso sí, la subida merece la pena. El memorial impresiona mucho y te das cuenta de lo peligroso que es el camino del montañero.DÍA 8: LOBUCHE – GORAK SHEP – CAMPO BASE DEL EVEREST
Un madrugón de los buenos y a caminar. Sabíamos que el día sería largo o más que largo. El plan básicamente consistía en salir temprano y pasar por Gorak Shep a dejar las mochilas y comer algo.
Después de comer empezaba la parte dura, llegar al campo base del Everest. Para salir de Gorak Shep pasas sobre un lago helado cubierto de arena, algo de lo que nos enteramos más adelante. En ningún momento da la sensación de ser un lago ni nada que se le parezca.
A partir de ahí el camino comienza un ascenso imparable por caminos que son auténticos pedregales. Hay un largo trecho de lo que ellos llaman “zigzag” que no es otra cosa que subir y bajar continuamente, lo que puede llegar a desesperarte.
Aquí cobra especial importancia el tema que hablaba los primeros días de fortaleza física pero sobre todo psicológica. Esta parte en la que no ves más que piedras durante un largo periodo de tiempo puede llegar a desesperar. Superas una montaña o montículo para bajarla y encontrarte otra. La falta de aire también te afecta al no estar acostumbrado del todo a esa altura y puede que en algún momento se te cruce un cable y pienses en dar la vuelta. Yo mismo me llegué a plantear qué hacía ahí, siendo para mí un sueño llegar al campo base.
Ese día salíamos con ilusión, ¡íbamos a llegar a nuestro objetivo, nuestro sueño! Pero como dice Rodri, fue el día más duro y frustrante de todos. Caminamos tres horas más que el resto de días y al estar en el punto más alto del trekking, la altura hace que apenas puedas caminar, parece que no avanzas y muchas veces te planteas dar la vuelta. Es muy necesario mantener la cabeza fría y no rendirse (a no ser que estés físicamente mal o que tengas mal de altura, claro). Fue un trayecto duro, lo más exigente que hemos hecho en nuestras vidas.
De vez en cuando el Himalaya te recompensa el esfuerzo. Al rodear una montaña ves el glaciar del Khumbu, rodeas otra y ves muy pequeñitas en la distancia las tiendas de campaña amarillas del campo base. Sabes que estás cerca, pero parece que no vas a llegar jamás.
Después de mucho esfuerzo, caminas por la cresta de una montaña y abajo, a tus pies, lo ves. La meta, lo que le daba sentido a todo y aquello por lo que llevas días caminando. Ya no te duele nada, sólo quieres llegar. Desciendes por un lateral, te adentras un poco más allá, te cruzas con gente que ya viene de vuelta, sonriente y que te da ánimos para los últimos metros y por fin estás allí, con la piel de gallina mirando a tu alrededor sin creerte que lo hayas conseguido.
¡¡¡EL CAMPO BASE DEL EVEREST!!!
Un abrazo, dos, tres, los que hagan falta. Fotos por todas partes, alegría, sonrisas y más fotos. Respiras perfectamente, tus piernas están impecables, te olvidas de todo. Menos de una cosa: llevas todo el camino guardando jamón para celebrarlo al llegar allí y lo celebras. Y le ofreces un poco a Bhim para que lo pruebe… y no le gusta. Y empieza a nevar, pero te da igual todo.
Y entonces, en mi caso, te aíslas. Te vas a buscar lo que venías a buscar. Te sientas en una piedra y contemplas lo que siempre quisiste ver desde que eras un niño, la cascada de hielo del Khumbu. Y lloras, claro que lloras. Como el niño que quería ver la cascada y al final lo ha conseguido.
Una aventura más. Un sueño menos.
Jamás olvidaré esas vistas, jamás olvidaré esa sensación de plenitud, de haber conseguido algo tras días de duro esfuerzo. Ahí estaba, ahí estábamos. Tiendas de campaña, risas y alegría, lágrimas de pura felicidad, de haber sido capaces de llegar pese a todo, de no habernos rendido, de haber cumplido un sueño. Y ahí estaba ella, la cascada de hielo del Khumbu. Solo quienes la hayan visto pueden hacerse una idea de lo majestuosa que es y del miedo que despierta. Toneladas de hielo que cambian cada día de aspecto y forma y que han sesgado miles de vidas a lo largo de los años. Aún se me pone la piel de gallina al recordarlo.Pero no todo son alegrías en la montaña. La vuelta a Gorak Shep fue dura y cuando llegamos al alojamiento una chica se encontraba realmente mal, con mal de altura severo. Apenas podía caminar y no hacía más que llorar. Un helicóptero vino a rescatarla y se la llevó a Katmandú.
Si estás leyendo esto porque quieres ir al Himalaya, ya sea a hacer este trekking o cualquier otro, este es el mejor consejo que te van a dar nunca: escucha a tu cuerpo.
DÍA 9: GORAK SHEP – PHERICHE
La bajada prometía ser más fácil que la subida pero nada más lejos de la realidad. Caminas más kilómetros, más horas y prácticamente todo el camino es hacia abajo. Esto último puede resultar obvio pero no lo es. Aunque en menor cantidad toca afrontar duras subidas en algunos tramos. Los gemelos se resienten más de lo normal y las rodillas se quejan del esfuerzo continuado de tener que ir frenando tu cuerpo a medida que bajas.
El tiempo, que hasta ahora se había portado extremadamente bien con nosotros regalándonos días de sol se vuelve en nuestra contra. Tenemos que atravesar un valle hasta llegar a Pheriche pero el cielo se nubla. El valle es como un canal kilométrico del que no se ve el final y comienza a soplar un viento helado que te abrasa la piel y se te mete en el cuerpo.
Y así fue durante horas hasta que conseguimos llegar a Pheriche muertos de frío. Bhim nos dio las llaves de la habitación y nos dijo que intentásemos descansar un par de horas. Apenas pudimos sentarnos en la cama y estalló la tormenta. Relámpagos, rayos, truenos y una forma de llover como pocas veces he visto. Si nos hubiésemos parado a descansar tan solo 10 minutos lo habríamos pasado aún peor de lo que ya lo pasamos.
El viento había hecho aún más difícil el camino, ya que era un viento frío, intenso y de cara. Tampoco teníamos ya el aliciente de una meta al final del camino, pero había que seguir adelante. Eso sí, las vistas eran preciosas, entre picos y valles, pero nos habría gustado poderlas disfrutar más.
Pero supongo que a veces la vida te recompensa. En ese alojamiento conocimos a un australiano que viajaba solo con su guía y, llámalo casualidad, ¡pero era su cumpleaños! Nosotros ya notábamos que el guía y la gente que llevaba el sitio nos miraban raro. Era algo que no nos había pasado nunca desde que llegamos a Nepal, y al final resultó que estaban preparando una tarta y no sabían disimularlo muy bien.
Y así acabamos un día duro haciendo nuevos amigos y comiendo tarta a 4400 metros de altura.
DÍA 10: PHERICHE – NAMCHE BAZAAR
Lo primero que hicimos nada más despertar fue mirar al cielo. Había estado lloviendo toda la noche pero, por suerte, el sol volvió a dejarse ver.
Junto al australiano y otra gente que había pasado la noche en Pheriche nos pusimos de nuevo en ruta. No tardamos en pasar cerca de Dingboche, así que tuve la oportunidad de despedirme del Ama Dablam. A partir de ahí el camino se unía con el mismo que habíamos utilizado a la ida.
La subida de vuelta a Tengboche se nos hizo eterna, pero seguramente porque pensábamos que estábamos más cerca de lo realmente estábamos. Pasamos de nuevo por delante del monasterio al que habíamos entrado hace tan solo unos días, pero parecían semanas.
La bajada al río fue mucho más dura que a la ida, porque después de tanto tiempo descendiendo ya llevábamos las rodillas pegadas con chicle; nos bailaban para todas partes. Escuchas el río y te da la sensación de que está cerca, para descubrir que te queda al menos otra hora de bajada. De nuevo paramos a comer junto a su cauce, bastante cansados y pensando en toda la subida que nos quedaba por delante hasta llegar a Namche.
Bajas en tres días lo mismo que subes en nueve y, como os hemos comentado, bajar en el Himalaya significa bajar y subir. Que llegados a este punto, yo casi prefiero subir, porque las bajadas son mortales. El mismo camino empinado de 2 horas que habíamos tenido que seguir para llegar a Tengboche lo tuvimos que bajar y las rodillas sufren, vaya que si sufren. Vas intentando frenar para no bajar rodando y los gemelos y los cuádriceps te tiemblan. Además, el terreno es irregular y hay piedrecitas sueltas. Si no fuese por los bastones, nos habríamos caído precipicio abajo. De hecho, resbalones hubo todos los días.
Y entonces el Himalaya nos envió un guía. No Bhim, que ya venía siempre, sino un perro. Sí, sí, un perro que nos vio y decidió acompañarnos durante el resto de la etapa. Venía con nosotros, si se adelantaba nos esperaba y nunca nos dejaba solos. Con la tontería al final nos hizo pensar en otra cosa y cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos entrando en Namche. Él se fue por su lado y nosotros por el nuestro, pero siempre nos acordaremos de aquel perro que bautizamos como Makalu.
DÍA 11: NAMCHE BAZAAR – LUKLA
Última y larga etapa del trekking. Parecía mentira que fuese nuestro último día allí después de tanto tiempo, tantos kilómetros andados y tantas aventuras.
Y ese último día llegaron los problemas. Nadia se había dado un golpe fuerte en el pie y le dolía mucho, tanto como que estaba perdiendo una uña. Intentamos arreglarlo de todas formas, con vendajes de todo tipo pero no hubo forma. A mitad de camino todos sabíamos que no iba a llegar a Lukla en esas condiciones, ya cojeaba demasiado. Bhim propuso que fuese a caballo y así lo hicimos.
Me era imposible apoyar el pie. Dolía como si me hubiesen clavado mil agujas y al quedarme sin uña y llevarlo hinchado, cada paso era un suplicio. Yo lo intenté, de verdad. No quería tener que ir a caballo, pero se nos hacía de noche y nos quedaban cuatro horas de caminata por delante. Y yo iba coja completamente… No me quedó más remedio que resignarme.
Recorrimos los últimos kilómetros viendo como Nadia recorría los caminos sobre el caballo. Ese día estábamos tan cansados que no quisimos ni parar a comer (yo comí algo que me había quedado por la mochila), solo queríamos llegar a Lukla.
Cenamos y nos fuimos a la cama con la sensación de haber conseguido algo increíble. Ahora ya sólo quedaba rezar para que el tiempo nos respetase por última vez y que nuestro vuelo pudiese salir de vuelta a Katmandú por la mañana.
Llegamos a Lukla y al entrar a la habitación, me eché a llorar como una loca. Se había acabado, habíamos llegado al final, lo habíamos conseguido. Conseguimos llegar al Campo Base, no tuvimos que darnos la vuelta por mal de altura. Estuvimos ahí, fue real… Se había acabado todo y lo habíamos conseguido.
DESCONEXIÓN
Por primera vez en mi vida tuve un par de semanas de desconexión total del mundo. No sólo en Nepal, sino al llegar a casa.
Llevaba tanto tiempo en la montaña, rodeado de aquellos paisajes increíbles y aquella gente maravillosa, tanto tiempo sumergido en su cultura y en su forma de ver la vida que me costó acostumbrarme a mi propio hogar y mis propias costumbres.
Me molestaba la gente, el tráfico, los ruidos… Recuerdo estar sentado en mi sofá y mirar alrededor y no entender que hacía ahí. Sólo quería seguir caminando y descubriendo nuevas montañas y aldeas cada día.
Nepal es un lugar muy especial que te roba parte de tu corazón. Es una sensación prácticamente imposible de explicar si no la vives. Yo lo he intentado, pero Nepal no se puede describir con palabras, hay que vivirlo. Si algo tenemos claro es que, aunque no sepamos cuando ni a qué, volveremos.
El Himalaya se nos ha grabado en el alma, no habrá forma de olvidarnos de lo visto y lo vivido allí. La gente, los paisajes, el sufrimiento y la recompensa. El Everest, el Ama Dablam, el Makalu y la cascada del Khumbu. Todo parece un sueño lejano y real a la vez. Las cosas que allí vivimos y lo que aprendimos nos cambió para siempre y solo soñamos con ese silencio sepulcral solo roto por nuestros propios pasos y con el brillo de los picos bajo el sol de un paraje remoto.
Recordad que hemos publicado una entrada con miles de consejos para hacer el trekking al Campo Base del Everest y otra con consejos generales para viajar a Nepal: