Aquí había otra introducción, pero la he borrado. Esto lo estoy redactando justo tras acabar de escribir este diario porque tengo tantos sentimientos y he derramado tantas lágrimas de felicidad al recordar este viaje… Era un sueño para nosotros, el destino más deseado y más perseguido. Esa utopía que parece que nunca llega, pero que un día se alinearon los astros y llegó. Y la disfrutamos como en nuestros sueños. En este diario van todos esos sentimientos, toda esa felicidad y todos esos recuerdos. Espero que disfrutes tanto leyéndolo como yo escribiéndolo y que puedas viajar al paraíso a través de mis palabras. Y recuerda que también tenemos otro artículo con consejos prácticos para viajar a Polinesia. Puedes leerlo pulsando aquí. Ia ora na!





DÍA 0: VUELO INFINITO
Después de pasar una noche en París, embarcamos en el viaje más largo que habíamos hecho en nuestras vidas. Nos esperan unas 20 horas de vuelo con tan solo una escala. Nuestro itinerario es París-San Francisco-Tahití. Volamos con la compañía French Bee, que podría considerarse de low cost. La verdad, el precio está genial en comparación con otras compañías.
El primer trayecto transcurrió sin incidentes. Fueron casi 11 horas en las que nos dio tiempo a ver un montón de pelis, dormir, comer, dormir otra vez, ver más pelis… Pero por fin, llegamos a San Francisco. Teníamos una escala de 2 horas y media y lo que no nos esperábamos era el follón que había en el aeropuerto.

Cola kilométrica para pasar aduanas, cola kilométrica para acceder a la puerta de embarque… Corre para aquí, corre para allá, necesitas una tarjeta naranja para embarcar… Suerte que lo reservamos todo con la misma compañía y era un vuelo de conexión, porque si no, lo habríamos perdido. Pero, en este caso, como éramos pasajeros en tránsito, nos esperaron. A todos, porque estaba medio avión atascado en las colas de los controles. Por fin embarcamos de nuevo en el avión, ya con destino definitivo Tahití.
Otro sueñecito, otra peli, comida, peli, sueñecito ¡Y llegamos a Tahití!
DÍA 1: LLEGADA A TAHITÍ
Polinesia está a 12 horas menos de diferencia horaria con España. Aterrizamos a las 5:00 hora local, es decir, a nuestras 17:00. El aeropuerto de Tahití es pequeñito, más pequeñito que el de Asturias incluso. El tejado está hecho de la paja típica y nada más bajar, notas que el aroma de la flor de tiaré lo impregna todo. El aire es cálido y suave. Empezamos a escuchar música de ukelele y voces cantando en polinesio una canción típica. Y es que a la llegada de cada vuelo internacional te recibe un grupo de música en la cola de aduanas. Nada que ver con lo visto en San Francisco.
La cola fue rápida, éramos pocos en el vuelo, así que recogimos las maletas y salimos sin problema. Había mucha gente esperando a otros pasajeros con collares de flores, que es la tradición, pero nosotros habíamos decidido llegar al alojamiento por nuestra cuenta, que sale más barato cogerte un taxi que el transfer que ofrecen.
Antes de coger el taxi, cambiamos dinero en la oficina de cambio del aeropuerto, que abre 3 horas antes de cada vuelo internacional y tiene la tasa de cambio oficial. También compramos unas tarjetas SIM locales de Vodafone.
Los taxis están aparcados justo a la salida del aeropuerto, fue fácil encontrarlos. Nuestra taxista iba ataviada con el pareo tradicional y con la flor de tiaré en el pelo. Le dimos la dirección de nuestro Airbnb y nos llevó sin problema.
Aún no me podía creer que estábamos allí de verdad. Estaba como en una nebulosa, no sé si por el sueño o la felicidad. Estaba amaneciendo y la silueta de la isla era ya imponente.
Llegamos al alojamiento, un Airbnb en Papeete, la capital de Tahití. Estaba a un kilómetro del centro y era una especie de resort con piscina y varias habitaciones, pero a escala familiar. Lo llevaba una pareja francesa de mediana edad muy amables y cercanos.
Nuestra habitación estaba lista según llegamos, así que dejamos las cosas y descansamos un rato, que vaya viajecito. El primer día lo planteamos como relax para adaptarnos al jet lag. Compramos cosillas en el súper para cocinar esos días en Tahití y nos relajamos en el alojamiento.
DÍA 2: CONOCEMOS PAPEETE, LA CAPITAL DE TAHITÍ
Después de un rico desayuno casero y de estilo bufé en el alojamiento, nos pusimos en marcha para conocer la capital de Tahití. Caminamos el kilómetro que nos separaba del centro y nos dirigimos a nuestra primera parada: el mercado tradicional de Papeete. Está dentro de un edificio y ocupa dos plantas. Es como cualquier mercado del mundo, lleno de puestecitos, de color y de vida. Puedes comprar de todo: frutas, pescados, cosméticos, pareos, aceite de monoï tradicional… ¡y perlas negras! Hay muchos puestos de joyería de perlas negras.
Te recomendamos que compres aquí tus souvenirs para amigos y familia, salen mejor de precio que en cualquier otro sitio e isla. Nosotros nos llevamos unas pulseras de perlas negras y aceite de monoï.
Luego, visitamos los parques de la ciudad, que están muy cuidados y tienen todo tipo de servicios, desde baños hasta mesas y casetas que puedes alquilar para hacer una merendola o lo que sea. Muchas zonas verdes que la gente aprovecha para echar la siesta, zonas de juego… La verdad, unos parques preciosos.
Nos sentamos un ratito en una caseta a la sombra para disfrutar de las vistas que la costa ofrecía. A lo lejos, veíamos Moorea, la siguiente isla que visitaríamos en unos días.
También visitamos la catedral de Papeete y comimos en una hamburguesería, que era lo único que encontramos abierto a esas horas.
Como broche final, visitamos el museo de la perla negra de Alex Wang. Toda una oda a esta joya tan importante en la cultura de polinesia. Tienen una tiendecita de “souvenirs” en la que el producto más barato cuesta unos 5000€…
Volvimos al alojamiento, hicimos la cena y a dormir, ¡que al día siguiente teníamos una actividad muy guay!



DÍA 3: EXPLORAMOS LOS VOLCANES DE TAHITÍ EN 4X4
Después de desayunar rico, rico en nuestro alojamiento, fuimos al punto donde habíamos quedado para que nos recogiera el 4×4. Cuando llegó, nos montamos en la parte de atrás descubierta con una chica de nuestra edad americana y una pareja mayor de franceses. Nada más verlos, supimos que habría buen rollo. No nos habíamos acabado de sentar y ya nos estaban preguntando de dónde éramos, nuestros nombres y presentándose.
Lo gracioso es que la chica americana solo hablaba inglés, la pareja francesa solo hablaba francés, yo hablo francés e inglés y Rodri solo habla inglés… Así que yo era la única que podía entender a todo el mundo. Sin embargo, al final del viaje, todos acabaron hablando con todos como podían. Lo dicho, si hay intención de comunicarse y buen rollo, se puede.
Después de las presentaciones, iniciamos el viaje hacia el interior de la isla. Dejamos la costa atrás y nos adentramos en la parte más salvaje de Tahití: el cráter de su volcán. Tahití es la isla más joven de Polinesia, por eso es la más grande. Al ser islas volcánicas, surgen de la explosión y con el paso de los años, se van hundiendo poco a poco, centímetro a centímetro. Por eso la mayoría de estas islas no tienen montañas altas o son directamente atolones. En cambio, Tahití luce un escarpado relieve muy característico y una vegetación exuberante.
En las distintas paradas que fuimos haciendo, vimos cascadas (¡muchas!), flores de todo tipo, orquídeas salvajes, lagos, cruzamos ríos, nos bañamos en una poza… Un verdadero paraíso que recuerda mucho a Hawaii. También el clima es distinto de la cosa: mucha más humedad, olor a vegetación fresca y lluvias ocasionales. ¡Hasta vimos el arcoíris sobre el volcán!
Llegamos a estar dentro del enorme cráter del volcán que originó Tahití, que es impresionante. El volcán actualmente ya no está activo, así que no conlleva peligro. Sin embargo, tened en cuenta que las carreteras por las que pasamos son MUY empinadas y tienen MUCHOS baches. Si tienes problemas de espalda o cuello, no sé si es lo más indicado. De hecho, yo me caí (pero no me hice daño) encima de la chica americana porque pillamos un bache grande.
A pesar de esto, merece infinitamente la pena. Lo que vimos nos dejó impactados, tanta belleza, tanta naturaleza exuberante y magnífica… Sin duda, lo más bonito de todo Tahití y por lo que merece la pena quedarse un día extra en esta isla, que suele ser solo de paso para los viajeros que se van a zonas más turísticas. De verdad, vale la pena.


Lo único que no nos gustó fue donde nos llevaron a comer. Un restaurante en medio de la nada donde paran todas las excursiones. El trato fue bastante malo, estuvimos literalmente hora y media esperando para que nos atendiesen y al final nos sirvieron un menú de arroz blanco aplastuchado y unas espinacas hervidas… Fatal.
Después de un día increíble recorriendo volcanes y viendo las maravillas naturales de Tahití, volvimos al alojamiento para cenar y acostarnos. ¡Al día siguiente cambiábamos de isla! Siguiente parada. Moorea.
DÍA 4: LLEGADA A MOOREA
Cogimos el ferry Aremiti 6 sobre las 10:00 de la mañana. Tardaba escasos 30 minutos en cubrir los pocos kilómetros que separan estas dos islas y en el trayecto pudimos ver delfines jugueteando con las olas que levantaba el barco. Todo un preludio de lo que nos esperaba.
En el muelle, nos fue a recoger la chica de nuestro Airbnb y antes de llevarnos a nuestro alojamiento, nos hizo una pequeña ruta en coche por la costa y nos llevó a un mirador espectacular donde por primera vez nos dimos cuenta de la belleza real de esta región tan remota del mundo. Desde lo alto de una colina pudimos apreciar el mar más bonito que hayamos visto en la vida.

Protegida por una barrera de coral, la isla de Moorea cuenta a su alrededor con una laguna de agua de un turquesa intenso en la que habitan tiburones, rayas, mantarrayas, tortugas y un sinfín de peces de colores. Y eso precisamente estábamos observando. Una vista que te encoge el alma y te deja sin aliento. Alguna lagrimilla se nos escapó al darnos cuenta de que estábamos ahí de verdad, que no era un sueño, que teníamos esa imagen delante y era real.
Las olas rompían a lo lejos, a unos 500 metros de la costa, sobre la barrera de coral. Más allá, el agua pasaba de turquesa a azul marino limpio y los delfines seguían surcando las olas. Detrás, Tahití, con su imponente volcán.
Después de sacar fotos de aquella maravillosa vista, llegamos al alojamiento y nos explicaron todas las actividades y sitios de interés. La verdad es que fue de gran ayuda para poder decidir qué queríamos hacer, ya que íbamos sobre la marcha. Le pedimos que nos reservase una excursión con kayaks transparentes para ver rayas y tiburones y una clase de danza. Una pena que la profe de danza no estuviese disponible…
Cuando acabamos, nos vino a recoger el del coche de alquiler (sí, nos recogió en el alojamiento) y nos llevó a la oficina. Las chicas del alojamiento nos habían gestionado todo el tema del coche, fue comodísimo. Fue pagar y listo. Ya teníamos coche para explorar la isla. Estuvimos recorriendo parte de la costa ese día, paramos a comer en una pizzería y seguimos explorando otro poquito.
No podíamos creernos lo bella que era Moorea. Laguna turquesa, barrera de coral, playas de arena blanca y una parte de selva alrededor de su precioso y escarpado volcán, el monte Rotui.
Decidimos ir a ver el atardecer a la costa oeste de la isla, a 20 minutos más o menos de nuestro alojamiento, y menudo espectáculo y explosión de colores… Luego, volvimos al alojamiento para cenar y descansar y así reponer fuerzas para conocer más de la isla al día siguiente.
DÍA 5: PLAYAS DE MOOREA
Nos levantamos tranquilamente porque este día lo teníamos planeado de playa. Relax bajo las palmeras en la arena blanca y dejándonos acariciar por las aguas turquesas. Además, queríamos practicar bien a usar las gafas de buceo y la cámara acuática. No, nunca habíamos hecho snorkel… Somos más bien terrestres.
Moorea tiene dos playas públicas importantes, la de Tiahura en la costa oeste y la de Temae, en la costa norte. Visitamos las dos el día anterior de pasada y decidimos ir a la de Temae por ser la más espectacular. Es donde el agua es más turquesa y hay más arena, la otra es más recogidita y no tiene aguas turquesas. Por el contrario, el atardecer se ve espectacular.
Hemos de decir que a pesar de ser temporada alta, las playas no están masificadas. Estábamos en la playa más bonita de la isla prácticamente solos. Tampoco hay chiringuitos ni servicios ni nada. Es salvaje, como nos gusta. En la parte derecha del todo hay un murito que la separa de la playa privada de un hotel.
Cogimos las gafas y nos metimos al agua. Y de repente, pum. ¡UNA RAYA! Una raya enorme nadando a nuestro lado. Así, sin previo aviso, sin buscarlo ni nada, a escasos metros de la orilla. Nervios, emoción, estupefacción y mucha mucha felicidad por poder observar sin planearlo a un ser tan maravilloso y elegante. A pesar de los nervios, conseguimos grabarla, nadar a su lado y observar la majestuosidad de sus aleteos. Una experiencia que no olvidaremos por lo bonito e inesperado que fue. Esa tarde vimos más rayas, peces de colores, corales y un océano inmenso y precioso.

Cuando bajó el sol, buscamos un lugar para ver de nuevo otro precioso atardecer. Encontramos de camino a casa un pequeño pontón y ahí nos afincamos para ver otra puesta de sol de película, de naranjas iridiscentes y morados con toques rosas. Cuando anocheció, volvimos al alojamiento para cenar y nos quedamos hablando sobre todo lo que habíamos visto, sentido y vivido ese día.
Esa noche, llegó otra pareja joven al alojamiento. Solo había dos habitaciones alquiladas, la nuestra y la suya. Rodri coincidió con ellos en la zona común yendo a la nevera a por zumo y me dijo que habían llegado, pero yo no los vi.
En fin, nos fuimos a dormir listos para vivir más experiencias alucinantes en esta paradisíaca isla.
DÍA 6: TODO SALE MAL
Nos levantamos con mucha ilusión para hacer una excursión con kayaks transparentes y ver tortugas, rayas, tiburones y fauna marina. Llegamos al punto de encuentro y la chica de los kayaks nos dice que hay unas corrientes tremendas y que es probable que no veamos nada y que ni si quiera consigamos llegar… Pero que podemos intentarlo. En nuestro grupo venía una pareja mayor, una chica y su hija. Todos decidimos tirar para delante aún sabiendo que quizás no podríamos ver nada porque, bueno, los kayaks transparentes ya eran una experiencia chula en sí y nosotros nunca habíamos hecho kayak, así que nos atrevimos.
Efectivamente, nada más subirnos ya vimos que la corriente era fuerte y que era complicado moverse. Estuvimos un ratito remando a contracorriente para mantenernos estáticos y poder ver las tortugas, pero con semejante mar ni una salió. La chica nos llevó a todos a un motu (islote) para hacer snorkel por la barrera de coral y tomar un refrigerio. Allí nos dijo que iba a cancelar el resto de planes de la excursión porque la habían avisado de que Moorea estaba en alerta roja por fuertes corrientes y veía imposible seguir con el plan.
Llamó a una barca para que se llevase a la familia que venía en nuestro grupo y a nosotros nos dijo que nos veía jóvenes y sanos y que podríamos volver remando con ella…No lo teníamos nada claro, pero bueno, qué íbamos a hacer…
Nos dijo que sería complicado, que era muy cansado y puede que nos rindiésemos y no llegásemos, que tardaríamos horas… Y a nosotros, la verdad, nos encantan los retos, así que estábamos nerviosos pero dispuestos a comernos el mundo.
Ella iba sola en un kayak, remolcando otros dos kayaks vacíos, y nosotros íbamos juntos en uno doble. Nos pusimos a remar como locos, sin parar, sin respirar, sin rendirnos, sin parar de luchar contra una corriente que, como te distrajeses un momento, te llevaba al otro lado de la isla en un periquete. Era muy fuerte, es cierto.
Peeeeero ¡lo conseguimos! Llegamos a la orilla desde el islote y le ayudamos a la chica a guardar los kayaks otra vez. Cuando acabamos, decidimos ir al alojamiento a ducharnos, comer y descansar porque vaya paliza a remar que nos metimos. Pero, eh, para ser nuestra primera vez y enfrentarnos a semejante aventura, lo hicimos muy bien.
Ese día acabamos agotados así que fuimos a comer al alojamiento y luego, directos a la playa a relajarnos. Ese día no hicimos nada más, la verdad.
DÍA 7: NADAMOS CON TIBURONES Y RAYAS
Después del fiasco del día anterior con los kayaks, decidimos volver a intentarlo. Esta vez, alquilamos uno doble por nuestra cuenta desde un sitio más cercano al punto donde se ven los tiburones y para allá que fuimos. La corriente aún era fuerte, pero en poco más de 15 minutos remando (con fuerza), conseguimos llegar. Atamos nuestro kayak a una bolla y… ¡tiburón! ¡Y otro! No eran para nada pequeños como imaginábamos… Eran tamaño persona como mínimo, algunos hasta dos metros. Desde el kayak se veían perfectamente porque el agua era transparente.
Eran tiburones de punta negra, que no son agresivos. En Polinesia es muy habitual nadar con ellos pero claro, manteniendo siempre una distancia y sabiendo que aunque no sean agresivos son animales salvajes con tres filas de dientes capaces de arrancarte la cabeza si quieren. Y nada, pues nos bajamos del kayak. XD

La verdad, estábamos un poco acojonados porque íbamos sin guía ni nada y estábamos solos. Y si ya da impresión verlos desde el kayak, en el agua ni te cuento. Y debajo del agua con las gafas, más. Se nos helaba la sangre cada vez que pasaba uno. No había muchos, pero cuando nadaban a tu lado o los veías aparecer era como “dkl2jelk2ebjebjedbhd”. Se detenía el tiempo, se paraba el corazón. ¿Pero sabéis qué? Fue la experiencia más alucinante que vivimos, la verdad. Al nivel de cuando llegamos al Campo Base del Everest. Una sensación de epicidad y una descarga de adrenalina que no se puede explicar. Tener a esos animales a tu lado, dejándose ver con indiferencia, tolerando tu presencia… No sé, no puedo describirlo, de verdad. Y eso que había pocos tiburones, unos cuatro o cinco.
Por otro lado, también había rayas. Enormes, por cierto. Son supermonas, de verdad. Son juguetonas y ellas sí que se te acercan, de hecho, algunas te rozan. Son muy majas. Tras un tiempo prudencial, volvimos al kayak y remamos de vuelta.
Después de comer, fuimos otro ratito a la playa de Temae y luego, a buscar otro punto para ver un nuevo atardecer de película. Encontramos una palmera a la orilla del mar muy fotogénica y allí nos pusimos a sacar fotos y vídeos. A unos metros, en la montaña, veíamos un helicóptero con un foco buscando exhaustivamente por la montaña. Nos dio bastante mal rollo, la verdad…

Cuando volvimos al alojamiento después del anochecer, nos encontramos un ambiente muy tenso y nervioso… Nos dijeron que el chico de la otra habitación había salido esa mañana a hacer trekking solo y no había vuelto, que la chica había denunciado la desaparición sobre las 14:00 y que llevaban buscándolo desde entonces… Policía, bomberos, patrullas, equipos de montaña… A él era a quien buscaba el helicóptero que vimos.
Se nos quedó un malcuerpo tremendo, una sensación horrible y nos fuimos a nuestra habitación deseando de verdad que lo encontrasen y que estuviese bien… Dormimos a duras penas, un poco pendientes de todo lo que estaba pasando.
DÍA 8: CONOCEMOS EL INTERIOR DE MOOREA
Nos despertamos sin noticias de nuestro vecino pero sabiendo que seguían buscándolo y poniéndonos a disposición si necesitaban cualquier cosa, lo que fuese. Pero poco se podía hacer más que esperar a que los cuerpos y fuerzas de rescate lo encontrasen.
Decidimos seguir con nuestras actividades y fuimos a conocer el interior de la isla. Hay muchísimas rutas para hacer, desde nivel iniciación hasta nivel experto. Con el calor y la humedad que había, nos decantamos por una ruta fácil y cortita, de unos 40 minutos. Para hacerla, había que subir en coche al mirador del Belvedere, desde donde se puede observar el monte Rotui en todo su esplendor. Una maravilla, la verdad, porque además se ven las dos bahías a cada lado.


La ruta iniciaba desde el parking del mirador y pasaba por entre helechos y árboles centenarios. Las raíces lo ocupaban todo e íbamos con mucho cuidado para no torcernos un tobillo (ejem…).
Después de hacer la ruta y sudar como pollos, bajamos un poquito porque de camino al mirador habíamos visto que había unos restos arqueológicos de antiguos templos y construcciones polinesias. Las ruinas y restos de estas construcciones antiguas se llaman “maraes”. Están en mitad del bosque, bien señalizadas y son de acceso gratuito.
Tienes carteles que te van explicando qué es cada cosa. Hay desde plataformas para arqueros hasta templos sagrados. Hay uno dedicado a las mariposas, ya que los antiguos polinesios creían que el conocimiento transformaba a una persona ignorante (crisálida) en mariposa.
Comimos unos bocadillos y de camino de nuevo a la costa vimos plantaciones de piñas. La piña es la fruta más consumida en Moorea y de producción local. No es la piña normal que conocemos, es una que solo se da allí. A mí no me gusta la piña, pero esta no estaba mal.
Esa tarde teníamos que devolver el coche de alquiler a las 18:00, pero la puesta de sol era a las 17:30 así que buscamos un lugar cerca de la empresa para ver el atardecer. Esta vez no fue tan espectacular, porque estaba medionublado, pero bueno, fue agradable estar un ratito a la orilla del mar.
Después de caer el sol, cogimos el coche para ir a devolverlo. Mientras esperábamos al señor y en un traspiés de lo más tonto… me torcí el tobillo. Pero bien, además. En cuanto caí al suelo supe que como mínimo era un esguince. Esa mañana habíamos estado haciendo trekking con todo el cuidado del mundo y ahora voy y me hago un esguince de la forma más absurda posible, devolviendo un coche de alquiler.
El señor nos llevó al alojamiento y mientras yo me tumbaba en la cama, Rodri fue a pedirles vendas y hielo a nuestros anfitriones, que seguían preocupados por el chico desaparecido.
De repente, llega Rodri a la habitación no solo con vendas y hielo, sino con todo un botiquín y ¡UN MÉDICO! Resulta que esa noche habían entrado más huéspedes y uno era médico. Tuve suerte, la verdad. Me examinó bien el pie y me diagnosticó, efectivamente, esguince. Me dio pomada, un gel de estos que se mete en la nevera para ponerte frío y me recomendó que tuviese la pierna en alto tanto como pudiese.
¿Lo bueno? Podía caminar. Cogeaba un poco, pero caminaba decentemente y sin demasiado dolor. Así que salimos a la cocina común para hacer la cena. Le tocaba a Rodri cocinar, yo estaba convaleciente…
No habíamos tenido tiempo de preguntar si habían encontrado al chico, así que le pregunté a nuestra anfitriona y nos dijo que sí… Pero que estaba muerto. Ufff… Se nos encogió el corazón de verdad… Su mujer ahora estaba sola al otro lado del mundo (era rumana) y tenía que gestionar la pérdida de su marido con todo lo que eso conlleva. Trámites, burocracia, autopsia, repatriación del cuerpo… Sola. Y con un trauma y un dolor inmensos. La escuchamos llorar y se nos partía el alma.
Con el corazón en un puño, fuimos para la habitación para no molestar demasiado. Al día siguiente dejábamos la isla y nos íbamos para nuestra siguiente parada. Nos abrazamos toda la noche.
DÍA 9: LLEGAMOS A RAIATEA
Esa mañana, nuestra anfitriona nos llevó a nosotros y a la chica rumana al ferry para volver a Tahití. Nosotros debíamos coger desde allí un avión a Raiatea y la chica rumana debía quedarse en Tahití para hacer todas las gestiones y la autopsia.
Llegamos al puerto, nos despedimos de la anfitriona y nos montamos los tres en el ferry. Fuimos todo el camino hablando con la chica rumana, intentando consolarla. Estaba rota, lloraba… Qué dolor. No puedo ni ponerme en su piel. Nos contó que tenían dos niños pequeños, que ahora tendría que mudarse con sus padres, que se iban a comprar una casa pero ya no puede ser…
Ahora, pasados casi dos meses, hemos vuelto a tener noticias suyas. Está tirando para delante, se mudó con los niños a casa de sus padres y está gestionando las cosas como puede. Esperamos de verdad que le vaya bien y que le pase todo lo bueno del mundo.
En fin, desde el puerto nosotros cogimos un taxi al aeropuerto y tras pasar los minicontroles de seguridad, embarcamos en el avión para Raiatea. El vuelo dura apenas 25 minutos y las vistas son ALUCINANTES. De verdad, ¿cómo puede ser todo tan sumamente bonito?

Después de aterrizar, recogimos las maletas y buscamos el taxi que venía a recogernos. Taxi Warren, toda una institución en la isla. Primero, nos pasó por el supermercado para que pudiésemos hacer la compra para esos dos días y luego ya nos llevó a nuestro alojamiento.
Nos quedábamos en una casa en la playa muy chula, con un porche que daba al mar directamente. El plan para esos dos días era relax, lo cual le venía genial a mi pie. Pasamos la tarde charlando y tomando algo en el pontón de la casa. Al estar en la costa oeste de la isla, desde ahí veíamos unos atardeceres de película.
DÍA 10: AL SOL Y AL MAR
Nos despertamos sin prisa, con el sonido del mar y los rayos del sol. Día de relax absoluto. Queríamos haber cogido unos kayaks para llegar hasta un motu cercano, pero esa parte de la costa no tenía barrera de coral. Era mar abierto y estaba bastante picado, así que lo descartamos al ver las enormes olas.
Simplemente pasamos el día tostándonos al sol o refrescándonos, charlando y disfrutando de un día sin prisas. Al día siguiente ya dejábamos la isla. Realmente, solo estábamos de paso para ir a su isla vecina, Taha’a.
DÍA 11: JARDÍN DE CORAL DE TAHA’A
Muy por la mañana, Taxi Warren nos estaba esperando para llevarnos al puerto y desde allí coger un barco a Taha’a. La isla está a escasos 15 minutos en barco de Raiatea y es muy pequeñita, nada turística, pero tiene el jardín de coral más impresionante de todo el archipiélago. Y nosotros lo sabíamos, así que queríamos visitarlo.
En el barco éramos los únicos turistas. Como te digo, es una zona más salvaje. El alojamiento que cogimos en Taha’a (hay muy pocos) está ubicado justo enfrente del jardín, a unos 30 minutos en kayak (ufff…) Nos mandaron a una familia a recogernos y llevarnos al alojamiento. Allí no hay taxis, directamente te llevan familias que tienen que pasar por allí para hacer algún recado o algo. Así se sacan un dinerillo.
Solo hay dos carreteras en toda la isla, una que bordea la costa y otra que la cruza de este a oeste. A medida que nos vamos adentrando en esta última, vemos que igual nos habría hecho falta otro día más allí para poder conocer el interior, que parecía salvaje y precioso.
Llegamos al alojamiento y nos recibieron los anfitriones, muy amables. Nos alojábamos en unos bungalows en la costa enfrente del jardín de coral. Teníamos a nuestra disposición kayaks gratuitos para cruzar. Dejamos las cosas en la habitación, comimos unos bocatas y cogimos los kayaks.
Parecía que estaba cerca, pero pfff… Media horita remando. Suerte que no había mucho oleaje ni corriente. Era factible, pero llegamos agotados al motu donde estaba el jardín de coral. Después de explorar un poco el motu, nos pusimos las gafas y a nadar entre corales.



La verdad es que mereció la pena el esfuerzo. Era una maravilla. Agua transparente, corales de colores, peces tropicales, almejas azules y rosas… Una locura. Nunca habíamos visto nada así. Su fama es totalmente merecida. Estuvimos varias horas contemplando esta belleza submarina, hasta que tocó volver porque iba a oscurecer. Otra media horita remando para volver, pero ya con todo el ánimo de saber que es posible.
Nos quedamos contemplando la puesta de sol desde una ubicación privilegiada y luego, a cenar y a dormir. Al día siguiente… ¡nos íbamos a Bora Bora! Aunque como digo, no nos habría importado quedarnos un día más para explorar el interior de Taha’a.
DÍA 12: LLEGADA A BORA BORA
Los dueños del alojamiento donde nos quedamos en Taha’a nos gestionaron todo para volver a Raiatea y coger nuestro vuelo a Bora Bora. Primero, nos recogió una familia local que iba para el puerto. Allí cogimos el barco de vuelta a Raiatea y en el puerto de Raiatea otra familia nos llevó al aeropuerto.
Embarcamos para Bora Bora y en poco más de 15 minutos ya estábamos divisando desde el aire la isla. No os hacéis a la idea de lo bonita que es. Nunca habíamos visto algo tan espectacular y la verdad es que te deja sin aliento.

Al aterrizar, cogimos las maletas y fuimos a buscar el barco gratuito que te lleva desde el aeropuerto, situado en un motu, hasta la isla principal. Es muy sencillo, es el barco más grande de los que hay, aparcado al fondo. No tiene pérdida.
Sale en cuanto se llena y te deja en el puerto principal. Allí nos recogía nuestra anfitriona. Decidimos quedarnos 3 días en un Airbnb normalito para conocer la isla y otros 3 en un bungalow de lujo sobre el agua sin salir del resort para disfrutarlo bien, que con lo que cuesta es para encerrarse allí y no moverse.
Nuestra anfitriona fue muy amable y en un periquete nos gestionó las dos excursiones que nos interesaba hacer: una lancha privada para explorar la laguna y nadar de nuevo con tiburones y rayas y un tour en 4×4 por la isla para explorar su interior.
Este primer día nos lo dejamos libre para explorar a pie (dentro de lo que el tobillo me dejaba) el pueblo y la costa. Realmente, el pueblo era una extensión de casas diseminadas por la costa y un poco más de movimiento alrededor del puerto, donde se encuentran bancos, restaurantes y un pequeño centro comercial. Comimos por esa zona y después de visitar un poco los alrededores y comprar víveres en el supermercado, fuimos a buscar un punto para ver el atardecer. Lo encontramos caminando hacia el oeste de la isla.
Después de otra puesta de sol mágica, volvimos al apartamento para cenar y descansar.

DÍA 13: EXPLORAMOS LA LAGUNA DE BORA BORA
Ese día, una lancha privada solo para nosotros con su capitán y todo nos recogía al pie del alojamiento para pasar una jornada explorando la laguna, la más impresionante que vimos hasta el momento.
El capitán era un señor polinesio muy afable que hablaba bien inglés y bastante bien español. Nos ofreció agua, cerveza, toallas… ¡De todo!
La primera parada fue el punto donde se concentran los tiburones y las rayas. Antes de meternos al agua, los vimos desde el barco y madre mía, ¡había MUCHOS! Muchos más que en Moorea. Había, no sé, ¿30? ¿40? ¿50? Grandes, grises, amarillos… Además, éramos los únicos en aquel momento, así que captábamos toda su atención.
Nos metimos al agua y las enormes rayas empezaron a revolotearnos alrededor, jugueteando, rozándonos, pasándonos por encima. Es un tacto super raro, gelatinoso, pero suave. La cola raspa, eso sí.
Por su parte, los tiburones se mantenían a unos dos metros, peeeeero nos rodeaban sin parar. ¡Eran tantos! No puedo describir lo que sentíamos, una mezcla de adrenalina, miedo y placer, emoción y escalofríos. Ya habíamos nadado con tiburones, ¡pero no con tantos! Era abrumador ver literalmente un muro de tiburones a tu alrededor.

Estuvimos una hora o así solos con ellos, nadando, buceando y disfrutando, hasta que empezaron a llegar más barcos. Entonces, volvimos a subir al barco y nos fuimos al siguiente punto.
La siguiente parada fue el jardín de coral de Bora Bora, con una profundidad de unos 4 o 5 metros. Nos pusimos las gafas y fuimos nadando hasta el punto concreto. Vimos infinidad de peces de colores, corales preciosos ¡y hasta una morena! Nunca habíamos visto una. Creo que dan más mal rollo que los tiburones, la verdad…
Después de estar un rato contemplando las preciosas vistas en los corales y los peces de colores, volvimos al barco para dar una vuelta a la isla. Sin embargo, la lluvia tenía otros planes. Allí el tiempo cambia con mucha facilidad y hasta en la época seca puede lloverte, de ahí que sean islas tan verdes. Nos calló un buen chaparrón y el capitán nos llevó a un motu a refugiarnos.
Exploramos el motu mientas el capi intentaba hacer fuego, porque hacía algo de frío, pero fue imposible. Llovía de lado y encima hacía viento. Nos quedamos media hora o 45 minutos refugiados y cuando escampó un poco, volvimos al barco.
Nos llevó a recorrer la laguna y fuimos viendo diferentes puntos interesantes, resorts, puertos y pueblos. Llegamos al hotel empapaditos así que nos dimos una ducha de agua caliente y comimos tranquilamente. Ese día no salimos más porque no dejó de llover.
DÍA 14: EXPLORAMOS BORA BORA EN 4X4
Al día siguiente, el tiempo se había calmado y el sol volvió a salir. Un 4×4 nos recogió a la puerta del alojamiento para explorar el interior de la isla. Esta vez, no era una excursión privada. Iba también una familia americana que no nos dirigió la palabra en todo el día…
Sin embargo, el guía era muy majo y un cachondo, muy bromista y divertido. Pusimos rumbo al primer punto a visitar, un taller artesano de pareos. Los pintan a mano y la verdad es que son auténticas obras de arte.
El segundo punto que visitamos fueron unos cañones americanos de la Segunda Guerra Mundial. Los americanos asentaron allí sus vigías estratégicamente y subieron hasta lo alto de la montaña cañones enormes. La verdad, no sé cómo, porque la carretera era tan empinada que asustaba incluso en el 4×4.
Después, seguimos la carretera hasta un mirador desde el cual se divisaba toda la isla. Aguas azules, turquesas, verdes… ¡Alucinante! Después de sacarnos unas fotos y disfrutar de las vistas, volvimos a bajar para dar una vuelta a la isla y observar el volcán Otemanu (pájaro del sol), que es el que le dio nombre a la isla.



Y después, volvimos al hotel. La verdad, el interior de la isla no tiene mucho misterio, es pequeñita y no es tan llamativo como el interior de Tahití, que era espectacular. Lo bonito de Bora Bora es su laguna, sin duda, la más espectacular de todas las islas que visitamos con diferencia.
Llegamos al alojamiento, comimos, descansamos un poco y salimos de nuevo a ver el atardecer. Después, cenamos en una roulotte (foodtruck) cerca de nuestro alojamiento y volvimos para descansar y dormir. Al día siguiente venía uno de los platos fuertes del viaje, algo con lo que llevábamos años soñando hacer.
DÍA 15: ¡NOS VAMOS AL BUNGALOW OVERWATER!
Hoy íbamos a cumplir un sueño, alojarnos en un lujoso bungalow sobre el agua en uno de los resorts más exclusivos del mundo, el Intercontinental Le Moana de Bora Bora. ¡Y durante tres noches!
Nuestra anfitriona fue muy amable y nos llevó de forma gratuita al Intercontinental. Allí nos recibieron con unos embriagadores collares de flores tiare y una corona de flores preciosa, además de un coctel de bienvenida y muchas sonrisas. Cogieron nuestro equipaje, nos hicieron un tour por el resort y finalmente, nos llevaron a nuestro bungalow, el mejor de todo el resort. Un bungalow sobre el agua con vistas a la laguna, al mar y al volcán en la punta del pontón. Espectacular, con todo el lujo de un resort de ese calibre, con terraza, solárium y hasta nuestro propio pequeño puerto. Y algo alucinante: ¡la mesa del salón era de cristal y veías el fondo del mar! Nos quedábamos tontos viendo los corales y los peces.
Sin duda, es un paraíso. Después de explorar bien todo el bungalow y hacer videollamada con nuestras familias para enseñárselo, fuimos a comer al restaurante del hotel, ubicado en una playa privada. Comimos muy bien y después, a tomar el sol toda la tarde, a sacarnos fotos y disfrutar de ese paraíso.



Por la noche, cenamos en el restaurante del hotel. Ya os decimos que estos tres días no salimos de allí, pero hicimos muchas actividades y vivimos experiencias únicas.
DÍA 16: LUJO EN EL INTERCONTINENTAL LE MOANA
Nos despertamos en el paraíso. Unas vistas increíbles nos dieron los buenos días. El mar transparente bajo nuestro bungalow, el sol, la brisa… La calma de un día más sintiéndonos reyes.
Este día lo teníamos planeado de relax. Nos levantamos prontito para ir a desayunar el impresionante bufete continental del hotel y después, a tomar el sol toda la mañana en la terraza de nuestro bungalow hasta la hora de comer.
Después de comer, pues a tomar el sol otra vez en la playa, a saca fotos, a divertirnos explorando el hotel y a disfrutar de unos merecidos días en el paraíso.
Pero para más lujo, esa noche decidimos reservar una cena romántica privada en la playa del hotel. Nos prepararon un menú digno de los dioses y nosotros nos arreglamos acorde a la ocasión. De hecho, yo me había llevado mi segundo vestido de novia (más manejable que el vestido principal) así que me lo puse. Y Rodri estaba guapísimo con su camisa blanca de lino.
Cuando llegamos, nos esperaba una mesa preciosa a la orilla del mar, decorada con flores y velas, sin nadie alrededor, solo nosotros y nuestro camarero, que se retiraba prudentemente después de servirnos cada plato.


Foie francés, gambones, atún rojo local, pescado de la laguna, un solomillo delicioso y un postre que volvería locos a los más golosos. Fue un festín en toda regla, acompasado por el vaivén de las olas y el olor de las flores. Una noche que nunca olvidaremos.
DÍA 17: PARAÍSO EN LA TIERRA
Otro despertar en el paraíso. En este caso, nos esperaba un desayuno MUY especial. Los huéspedes que se alojan en los bungalows sobre el agua de la punta del pontón pueden disfrutar de un desayuno en canoa.
A la hora concertada, vimos aparecer por la laguna una canoa preciosa decorada con flores en la que traían nuestro desayuno, un desayuno espectacular que pudimos disfrutar cómodamente y sin prisas en nuestra terraza. Había de todo, menudo banquete. De hecho, nos sobró bastante como para comer así que lo guardamos para luego.


Disfrutamos tomando el sol en nuestra terraza, nos bañamos bajo nuestro bungalow y exploramos los corales y peces que había por la zona. Es genial tener días de relax en los viajes, porque siempre vamos a mil y es importante para descansar y desconectar.
Comimos las sobras del desayuno, más que suficiente y luego, nos fuimos a la playa del hotel a seguir tomando el sol, sacarnos más fotos y bañarnos. Se nos ocurrió pedir la canoa que habían utilizado para llevarnos el desayuno para grabar algún vídeo, porque estaba preciosa decorada, pero madre mía, qué difícil es de manejar… Fue muy divertido, eso sí.
Esa noche también teníamos un plan especial: cena con espectáculo de danza polinesia tradicional. Yo practiqué muchos años el Ori (danza polinesia) en Gijón, así que estaba deseando poder ver un espectáculo aquí. Se hacía en nuestro hotel, acompañado de una cena estilo bufet libre pero de superlujo. No os digo más que en el bufet había ostras… En Europa cuestan unos 6 o 7 euros la pieza en cualquier restaurante, aquí podías coger todas las que quisieses. Vamos, que aunque había un montonazo de cosas ricas donde elegir, yo cené solo ostras. XD
Nosotros teníamos una mesa reservada en primera fila para ver el espectáculo y mereció la pena. Los bailarines y bailarinas eran espectaculares y nos gustó muchísimo, era hipnótico. En un momento dado, sacaban a gente del público a bailar para hacer el tonto. Una bailarina me sacó a bailar y claro, lo que menos se esperaba ella es que yo supiese bailar Ori. Se sorprendió mucho y cuando acabó la parte de bailar con el público, me dijo que me quedase con ella a bailar una canción y… ¡madre mía! Qué experiencia tan bonita. Poder bailar en Bora Bora con una bailarina de Ori profesional… ¡Un sueño!

Al acabar, nos hicimos alguna foto con ellos y nos volvimos al bungalow a procesar todo lo que estábamos viviendo. Qué felicidad, de verdad.
DÍA 18: SE ACABA LO BUENO
Tras otro despertar en el paraíso, tocaba hacer la maleta, esa tarde nos volvíamos para Tahití, ¡se acababa nuestro viaje! Nos tumbamos a tomar el sol en nuestra terraza hasta el check out y después, dejamos nuestro equipaje para que nos lo guardasen mientras nosotros disfrutábamos del resort hasta la hora de nuestro vuelo.
Decidimos coger el transfer directo desde nuestro hotel al aeropuerto, que costaba una pasta pero nos ahorraba muchos dolores de cabeza. A la hora acordada, el barco nos estaba esperando. Tocaron la caracola para despedirnos y pusimos rumbo al aeropuerto de Bora Bora.
El proceso de embarque fue rápido y antes de darnos cuenta, ya estábamos volando rumbo a Tahití. Allí cogimos un Airbnb cerca del aeropuerto, sencillo pero bien cuidado. Nuestra anfitriona era muy amable y nos hizo sentir como en casa.
Nos habíamos cogido cena en el Mcdonalds del aeropuerto, ya que en los alrededores del alojamiento no había nada para cenar, así que cenamos y a dormir, que tocaba madrugar para coger el vuelo al día siguiente… ¡Esto se acaba!
DÍA 19: VUELTA A CASA
Nuestra anfitriona nos llevó al aeropuerto de madrugada, sobre las 5. Y nada, cogimos el avión con la misma aerolínea y ruta que para venir. Tahití-San Francisco-París, con las mismas colazas en San Francisco para los controles y el mismo estrés para no perder el vuelo de conexión.
Se había acabado un viaje inolvidable, el viaje de nuestras vidas, el destino más soñado de nuestra vida, el más lejano también. Habíamos visto, vivido y hecho cosas increíbles… Nadamos entre más de 40 tiburones, jugamos con rayas, vimos jardines de corales increíbles, peces de colores, volcanes, ruinas ancestrales y aguas turquesas, lagunas infinitas… Y vivimos tres días de lujo que sin duda nos merecíamos.
No hay palabras para describir todo lo que sentimos y aún ahora nos parece un sueño, un recuerdo inolvidable que quedará para siempre grabado en nuestros corazones y que nos tiene soñando con volver algún día a ese recóndito lugar del mundo tan conectado con el paraíso.
Y recuerda que también tenemos otro artículo con consejos prácticos para viajar a Polinesia. Puedes leerlo pulsando aquí.
Ia ora na!